En 2009, se descubrió un nuevo hongo en Tokio, extraído de la oreja de una mujer. En 2016, se detectó por primera vez en Estados Unidos, en Nueva York. La semana pasada, se ha encontrado en 28 estados. En 2019, Johanna Rhodes, especialista en enfermedades infecciosas, aseguró que ya se conocían brotes en países como España y varios países de Sudamérica, desde hace años.
Candida auris infectó a más de 2300 personas en Estados Unidos en 2022y se ha ido extendiendo a un "ritmo alarmante", según los Centros para el Control de Enfermedades.
Las primeras investigaciones sugieren que el aumento de las temperaturas, un subproducto del cambio climático, puede haber contribuido a su evolución para vivir dentro del cuerpo humano. Pero los orígenes siguen siendo un misterio: aún no está claro dónde surgió ni por qué lo hizo.
"En estos momentos no tenemos ninguna prueba concluyente", sostiene Luis Ostrosky, jefe de enfermedades infecciosas y epidemiología de UTHealth Houston y Memorial Hermann. Pero el cambio climático, añade, es "una teoría probable".
Algunas infecciones fúngicas son comunes, como el pie de atleta, pero las infecciones por Candida auris son más raras y comienzan en el interior del cuerpo, multiplicándose en la sangre o supurando en una herida preexistente.
Las infecciones se producen en personas inmunodeprimidas y que reciben tratamientos médicos regulares en los que pueden entrar en contacto con algo como una vía infectada.
"No vas a contraer Candida auris en el gimnasio, y tus hijos no van a contraerla en la escuela, pero si eres un paciente con contacto frecuente con el sistema sanitario, debes estar en alerta".
Lo que hace que el Candida auris sea tan preocupante es que es difícil de detectar y de tratar. Los análisis de sangre no detectan el hongo el 50% de las veces, dice Ostrosky. En Estados Unidos, los hospitales y universidades más grandes y orientados a la investigación disponen de pruebas más recientes que pueden detectar material genético del hongo en la sangre.
Cuando se detecta, suele ser resistente a los tratamientos antifúngicos, y las esporas pueden vivir en superficies fuera del cuerpo durante semanas. Esto significa que aunque se elimine el hongo, puede volver a infectarse. Los CDC calculan que entre el 30% y el 60% de las personas infectadas por este hongo han fallecido, pero señalan que muchas de las víctimas también padecían enfermedades preexistentes.
Ostrosky cree que el reciente aumento de estas infecciones puede deberse a la escasez de personal y suministros durante las oleadas de COVID-19, cuando algunos hospitales tuvieron que tomar medidas como reutilizar el equipo de protección.