No basta con lavarse las manos, también es necesario limpiar el corazón. Porque hay virus en el alma, que pueden hacer mucho daño.
Hay sentimientos, que son más peligrosos, que el mismo coronavirus.
Y por eso mismo, hay que limpiar el corazón, sin dejar a un lado las normas de higiene.
Así lo dice Mateo: “Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello”.(Mt. 23,23). Hay que tener un corazón limpio. Y para eso, se ocupa mantenimiento constante. Porque cuando menos acordamos, ya nos invadieron los malos sentimientos.
Y si de la boca salen los contagios, de la misma boca, también fluyen las palabras que hacen daño; y haciendo mal, pueden llegar a ser mortales.
Hay bichos que son un peligro, y están arraigados en el alma; y mientras se encuentren ahí, no dejan de lastimar, y dañar a los que se encuentran cerca.
Por eso, hay que purificar constantemente al corazón. Para que nuestras palabras, no sean contagiosas, y acaben enfermando a los demás.
En tiempos de Jesús, los judíos tenían normas estrictas de purificación externa; pero habían descuidado el corazón.
Por lo cual, hoy nos dice Jesús: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas…” (Mc.7).
Y por ocuparnos de lo externo, vamos descuidando el corazón. Y éste, poco a poco se va contaminando.
Ya lo decía el Señor: “Porque de lo que está lleno el corazón, habla la boca”. (Lc.6,45). Si el corazón está contaminado, entonces nuestras palabras, pueden convertirse en un foco de infección.
Por tanto, pidamos a Dios, que nos limpie el corazón, diciendo con el Salmo 50: “Señor, crea en mi un corazón puro”.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 1-8a. 14-15. 21-23
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
«¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con las manos impuras?».
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».