Ya se verán en las próximas horas los efectos de
este meteoro. De nuevo vendrán las inundaciones en la Huasteca donde campea la
pobreza; de nueva cuenta las afectaciones directas, la emergencia y, sobre
todo, el aislamiento de las comunidades sujetas a condiciones de extrema
pobreza y marginación.
Ya hemos conocido de la presencia de enfermedades
que diezman a la comunidad Huasteca: gastrointestinales, epidérmicas y el
temible contagio de dengue, incluyendo su variedad mortífera de dengue
hemorrágico.
De frente a esta situación vemos una reacción lenta
y nada eficaz de las autoridades; observamos cómo hay quienes lucran con la
pobreza y el dolor de la gente que ha perdido todo, menos, todavía, la
esperanza.
Hay quienes, entre las autoridades se han puesto a
traducir la tragedia en términos meramente económicos y asegura que se han
producido daños por cien millones de pesos, olvidándose de que, aún cuando macroeconómicamente
se trataría, en todo caso, de un costo muy ínfimo, no lo es así cuando se
traduce en la pérdida sufrida por las familias afectadas, que han dejado bajo
el agua entre el 70 y el 90 por ciento de sus patrimonios, logrados con un
trabajo de toda la vida.
Lo más triste y lo más enojoso de todo es que estas
tragedias se han vuelto cíclicas: por exceso de agua en la zona Huasteca y por
falta de ella en el Altiplano.
Y las cosas siguen así, todos los años, desde hace
muchas décadas, sin que nadie entre las autoridades se decida a atacar de una
vez por todas estos problemas con mayor infraestructura y con políticas
preventivas de mediano y largo plazo.
Bastaría con que se identificaran las zonas de
riesgo por inundación para tenerlas en cuenta en los diseños de los planes
municipales de desarrollo y del Plan Estatal y Nacional de dicho rubro, pero
no; pareciera que a las autoridades no les cabe en la cabeza la importancia de
pensar a futuro, en el largo plazo.
Y lo más lamentable es que desde hace varios
sexenios, a las autoridades no les cabe en la cabeza que es necesario
instrumentar acciones que permitan combatir la desigualdad y la marginación;
que mientras no se disminuye este índice de disparidad, los pobres, los
vulnerables, tienen que ser considerados como prioritarios; y no es una actitud
de magnanimidad, sino de decencia política y humana y, además de
responsabilidad ética.
Por otra parte, ya frente a la tragedia, no bastan
los discursos ni las giras de supervisión –de esas de entrada por salida y que
sólo sirven para tomarse la foto; tiene que actuarse de otra manera, con
sentido de responsabilidad y con sentido de solidaridad.