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Dolly ya es un huracán


Cuando todavía no absorbemos los efectos de las últimas lluvias en los ríos de la Huasteca; cuando la demanda de la población no es atendida, aparece un nuevo huracán: Dolly, formado en el Golfo de México y que en estos momentos bordea la costa de Tamaulipas con dirección al estado de Texas.

Ya se verán en las próximas horas los efectos de este meteoro. De nuevo vendrán las inundaciones en la Huasteca donde campea la pobreza; de nueva cuenta las afectaciones directas, la emergencia y, sobre todo, el aislamiento de las comunidades sujetas a condiciones de extrema pobreza y marginación.

Ya hemos conocido de la presencia de enfermedades que diezman a la comunidad Huasteca: gastrointestinales, epidérmicas y el temible contagio de dengue, incluyendo su variedad mortífera de dengue hemorrágico.

De frente a esta situación vemos una reacción lenta y nada eficaz de las autoridades; observamos cómo hay quienes lucran con la pobreza y el dolor de la gente que ha perdido todo, menos, todavía, la esperanza.

Hay quienes, entre las autoridades se han puesto a traducir la tragedia en términos meramente económicos y asegura que se han producido daños por cien millones de pesos, olvidándose de que, aún cuando macroeconómicamente se trataría, en todo caso, de un costo muy ínfimo, no lo es así cuando se traduce en la pérdida sufrida por las familias afectadas, que han dejado bajo el agua entre el 70 y el 90 por ciento de sus patrimonios, logrados con un trabajo de toda la vida.

Lo más triste y lo más enojoso de todo es que estas tragedias se han vuelto cíclicas: por exceso de agua en la zona Huasteca y por falta de ella en el Altiplano.

Y las cosas siguen así, todos los años, desde hace muchas décadas, sin que nadie entre las autoridades se decida a atacar de una vez por todas estos problemas con mayor infraestructura y con políticas preventivas de mediano y largo plazo.

Bastaría con que se identificaran las zonas de riesgo por inundación para tenerlas en cuenta en los diseños de los planes municipales de desarrollo y del Plan Estatal y Nacional de dicho rubro, pero no; pareciera que a las autoridades no les cabe en la cabeza la importancia de pensar a futuro, en el largo plazo.

Y lo más lamentable es que desde hace varios sexenios, a las autoridades no les cabe en la cabeza que es necesario instrumentar acciones que permitan combatir la desigualdad y la marginación; que mientras no se disminuye este índice de disparidad, los pobres, los vulnerables, tienen que ser considerados como prioritarios; y no es una actitud de magnanimidad, sino de decencia política y humana y, además de responsabilidad ética.

Por otra parte, ya frente a la tragedia, no bastan los discursos ni las giras de supervisión –de esas de entrada por salida y que sólo sirven para tomarse la foto; tiene que actuarse de otra manera, con sentido de responsabilidad y con sentido de solidaridad.

A pesar del lenguaje utilizado en este espacio, no se trata de un regaño a nadie entre las autoridades, sino de un llamado solidario a la reflexión y a la responsabilidad. Y es que luego se pone mayor énfasis en las cosas que en las personas; y porque, además, se confunde la importancia de ayudar entre las personas a quienes más afectados se encuentran ante el fenómeno. Hemos visto cómo se enfilan primero las acciones de salvamento a quienes pueden ponerse a salvo por sí mismos; a quienes tienen los recursos y se olvida a quienes se encuentran en situación de alta muy alta, diríase que extrema vulnerabilidad.
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