Un poder que ha permanecido conculcado en términos
pragmáticos; un poder que se ensalza en el discurso político, o en el discurso
de los políticos y al que se viste con harapos democráticos, o menor dicho pseudodemocráticos.
Desde luego, el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador no es, ni
con mucho, el Poder Ciudadano, pero
sí hay que apuntar que es un pivote, porque nadie, a estas alturas podrá negar
la existencia de un movimiento social persistente como constituido por el lopezobradorismo a partir de la
percepción de que algo no precisamente legal ocurrió en la elección de
presidente en el año 2006. Resulta impensable que los partidos políticos en su
conjunto acumulen concentraciones como las de aquel movimiento socio-político
de resistencia a un eventual fraude electoral.
No es el Poder
Ciudadano, sino una expresión más o menos organizada del mismo; de allí que
se le tema desde la llamada clase política mexicana, incluso este temor se ha
manifestado, ya se ve, al interior del propio PRD, en el caso, por ejemplo de
quienes integran la corriente de expresión Nueva
Izquierda, mejor conocida como Los
Chuchos, por estar encabezada por Jesús
Ortega y Jesús Zambrano.
Ciertamente la sola presunción de un fraude electoral, de
una estratagema electoral al interior del PRD ha golpeado severamente a ese
instituto político; ciertamente le ha restado fuerza para oponerse de manera
consistente a una eventual privatización sigilosa de Petróleos Mexicanos; o
para decirlo con otras palabras, para evitar escenarios en donde las
inversiones privadas terminen por afectar la viabilidad de Petróleos Mexicanos
como empresa social-nacional, tal y como se describe en el texto
constitucional.
Con todo en el contorno del Frente Amplio Progresista (y de lo que queda, a su interior, del
PRD) y en el contexto de la Asamblea Democrática Nacional y del inaudito
“gobierno legítimo”, se aglutinan ya millones de ciudadanos y se comprometen
con el ejercicio de la organización para la acción conjunta, multitudinaria,
ordenada y, hasta ahora, con ánimos pacíficos, al menos con el ánimo de no
acudir al recurso extremo de la violencia.
Este movimiento, sin embargo se fortalece más que con el liderazgo o el carisma de López Obrador,
con los yerros del gobierno y sus aliados; con el hecho de que el presidente
haya estado saliendo vestido como mago de
circo, con capa y con bombín para sacar del sombrero algún conejo, y para
hablarnos del tesoro escondido en el fondo del mar, de la amenaza de que ese
tesoro se lo lleven los piratas del Golfo
de México de origen ya no solo estadounidense sino también cubano.
Un gobierno que no quiere explicar que lo que acontece a
PEMEX es producto de una histórica corrupción; que PEMEX no ha logrado
modernizarse, ni adquirir ni desarrollar tecnologías, no por que no sea una
empresa de alto rendimiento, sino porque el régimen fiscal que le aprieta el
cuello le quita 60 centavos de cada peso que le ingresa por conducto de ventas
internacionales de crudo; no ha explicado el gobierno qué uso tiene el
fideicomiso Nueva York de PEMEX, con 40 mil millones de dólares en números
redondos, ni da cuenta de que en los pozos terrestres y los de aguas someras
hay más barriles de petróleo, probados: 18 mil millones, que los que
probablemente se encuentren a más de tres mil metros en el fondo del mar: 13
mil millones que, ciertamente no es una cantidad despreciable pero que cuesta
más extraer.
Entonces, como están las cosas, no basta con prometer a los
ciudadanos un bono de deuda petrolera de cien pesos para hacernos sentir
“dueños” de lo que, según el texto constitucional ya somos los dueños
auténticos y autentificados y que no hemos conocido, todavía, los beneficios de
esta condición de propietarios.