La batalla de las mujeres por la equidad es ardua porque el
sexismo imbricado en las leyes y la cultura parece invisible, y los grupos
conservadores se han encargado de hacerlo, además de invisible, confuso. Está
escrito en la Constitución que México nació, políticamente, como un país de
hombres, para hombres. Donde las mujeres no tenían derecho ni sobre su cuerpo
ni sobre su libertad. No existen las ciudadanas, y eso no es ni casual ni único
en la historia de la humanidad.
Cuando las y los negros en Estados Unidos se rebelaron
contra la esclavitud se enfrentaron a un serio problema; en la Constitución no
aparecía la palabra esclavo, o esclavitud. En la realidad se les compraba,
vendía y explotaba. Los gobernantes conservadores y racistas perpetuaron su
visión del mundo en las leyes. En la Constitución las personas eran blancas, no
hacía falta la aclaración. El gobierno estadounidense se autodenominó la tierra
de la “libertad y el progreso”, así que en 1791 se escribió la famosa Carta de
los Derechos Ciudadanos (Bill of Rights). En la cual tampoco aparece la
esclavitud. La quinta enmienda garantiza que “ninguna persona puede ser privada
de su libertad o de su propiedad sin un proceso de ley”. Culturalmente las y
los negros eran propiedad, así que estaban excluidos de esa enmienda, hasta
1865.
La retórica de las constituciones envía un falso mensaje
sobre la igualdad de derechos, mientras la sociedad perpetúa los valores de los
más fuertes. En el caso de la discriminación racial, se necesitó una rebelión
social que luego dio vida a una Rosa Parks, a Martin Luther King o a Malcom X.
Pero los nombres de las heroínas de los derechos de la mujer no han sido reclamados
como un logro de la sociedad, sino de las mujeres. Eso debería de resultar
extraño, incluso para las y los historiadores.
Al igual que la estadounidense, la Constitución mexicana
dice que todos somos iguales ante la ley, pero la palabra mujer no aparece. Ni
era permitido el voto o el acceso a la educación. El sexismo está implícito en
su ausencia. Desde que las sufragistas yucatecas se rebelaron contra estos
hechos, hasta nuestros días, muchos políticos, constitucionalistas, ministros
de la Suprema Corte y abogados que tienen una visión sexista del mundo,
aseguran que no hace falta mencionar a las mujeres para que existan, que al
decir hombre, se dice también mujer. Pero en realidad hace falta conocer los
orígenes de la universalización de lo masculino para explicar el mundo. La
frase de un monje benedictino del siglo XIX lo dice: “Cuando se dice hombre, se
dice hijo de Dios. Cuando se dice mujer se dice madre y cierva del señor”. La
utilización del masculino universal tiene sus bases en la falsa creencia
histórica de la superioridad del hombre sobre la mujer.
Ciento cuarenta y tres años después de que fue abolida la
esclavitud, grupos ultraconservadores insertados en el sistema político
estadounidense, siguen reivindicando la supremacía de blancos sobre negros y
cualquier otra raza. En México el machismo fustiga cada 15 segundos a una mujer
que quiere ser libre.
Trivializar un movimiento social es debilitarlo. Nunca se
ha visto que los políticos organicen desayunos con flores y globos rosas para
celebrar el aniversario de la toma de la alhóndiga de Granaditas, o la guerra
de castas. Reivindicar el contenido social, político e histórico del 8 de
marzo, es la mejor forma de visibilizar la lucha social por la equidad, lucha
que beneficia a toda la sociedad, y que apenas lleva 100 años.