Nadie se hace amigo de nadie, solamente se escucha, nadie aconseja a nadie. Son parte de las reglas dentro de los grupos de neuróticos anónimos
Ella es de estatura media y cuerpo delgado, piel blanca y cabello rubio. Ojos grandes y cafés. Tiene la cara inflamada de llorar. Sin hilar mucho sus palabras intenta narrar con desesperación la angustia cada que se le presenta un nuevo reto, por pequeño que este sea.
Calla en lo que voltea al techo pintado de blanco igual que las paredes, como buscando entre sus recuerdos la razón exacta por la que se encuentra ahí: inmersa tras el mueble de manera que fue colocado frente a las quince sillas blancas de plástico divididas con mesitas de madera –y decoradas con carpetas tejidas- cuya mayoría están vacías. Junto al escritorio lleno de libretas y porta retratos con frases motivadoras.
Miedo, angustia, desesperación, todo junto cada que llegaba un nuevo trabajo o una nueva relación.
“Yo creí -dice- que me gustaba ser práctica y evitarme problemas, hasta que entendí que me la paso huyendo todo el tiempo. Ese trabajo lo dejé porque me ponían a trapear y yo no sabía hacerlo bien, me gritaban que tenía ´muñecas débiles´ y eso no me gustaba. Luego me fui a las clases de corte y confección, nunca pude terminar el cuello de una camisa, todo en mi era deprimirme y me avergonzaba de mi misma todo el tiempo”.
Llora y agita las manos como buscando que de ahí salga algo que la rescate de esa burbuja en la que no le gusta vivir. No se quiere sentir inútil, no quiere sentir miedo de vivir, de salir y de enfrentar la vida. Esa que ya se le volvió un círculo vicioso en lo que transcurre porque al luchar ahí sufrimiento y este a su vez la encierra de nuevo.
“Todo me da miedo, y ya no se qué hacer. Mis parejas me dejan porque soy así, miedosa”. Y reposa las manos en la tribuna en la que se lee: “Se honesto, habla de ti”.
Todos guardan silencio, también ella. Y pasan minutos, hasta tres, para que vuelva a tomar aliento. Y repita dos veces más que le da miedo esforzarse.
Secretamente algunos se sienten identificados y ven en esa historia similitudes con la suya, y entienden desde otra perspectiva su propia fotografía.
En el testimonial pueden pasar hasta una hora y media. No hay preguntas ni diálogos, es solo el monólogo de sufrimiento que busca respuestas entre las paredes también blancas. Hay silencios, lágrimas, gritos, malas palabras.
Nadie puede intervenir, es el momento de hablar a esa persona cuyas características le son complejas de manejar porque no son “normales”. Vienen también respiraciones agitadas, introspecciones. Y culpas y reproches, y hasta recuerdos de la infancia.
“Soy Alondra y soy neurótica”, es la frase que impone el silencio a los demás presentes. Y ella ahí en la tribuna empieza a andar su senda de vergüenzas, corajes y defectos.
Es cuando empieza un recorrido por las más íntimas ideas de alguien que es como todos y como nadie. Que inmersa en todo no se siente parte de nada porque se sabe distinta ya que de todo llora.
Y con base en ese dialogo es que se auto explora y entiende cómo puede levantarse cuando se siente en el piso sin ganas de salir adelante, sin ni siquiera saber cómo.
“No me gusta ser así, no me gusta sentir miedo. Me gustaría ser como los demás, pero soy así y es solo que no sé cómo ayudarme”, y viene una mirada desesperada que recorre a los demás del salón como pidiendo ayuda.
Tiempo después siente que ya no quiere hablar más y termina la sesión. “Gracias por escuchar” y azota un mazo de madera en el atril, como ese que usan los jueces.
Luego viene la lectura de los mandamientos y reglas del grupo y una de las compañeras pasa una pequeña canasta para la colecta que permite mantener el lugar de reunión a flote. Es así como se llevan a cabo las sesiones de Neuróticos Anónimos “Movimiento nueva voluntad”, un grupo de autoayuda para personas que ya han buscado hasta en los lugares más insospechados las respuestas a sus conflictos emocionales y psicológicos.
Nadie se hace amigo de nadie, es solo la labor de escuchar, identificar, callar y resolver de manera interna. Superar y no contar lo que ahí se escucha. Algunos llevan hasta veinte años acudiendo de manera constante a las sesiones de grupo, otros duran un par de semanas y en cuanto sienten que el problema se ha resuelto se alejan.
Tampoco nadie aconseja a nadie, no se pide prestado, no se hacen parejas, ni se aceptan aventones, nadie vende a los demás ni se busca que las terapias sean obligatorias. Son solamente las ganas de no vivir así, con emociones que resultan más fuertes que el propio cuerpo.
Algunos han llegado a este grupo luego de una ruptura amorosa, una serie pelea con un familiar o simplemente luego de levantarse de la cama tras una larga depresión. En ciertos casos, los integrantes del grupo ya han pasado por médicos, psiquiatras, la religión y hasta curanderos. Todo en busca de sentirse mejor y tras muchas semanas que logran entender el contexto de su propia situación.
En la mayoría de los casos se han abrazado de sus creencias para soportar la desolación de su existencia, o de cosas que parecen más triviales como las excesivas cargas de trabajo. Sin embargo tarde o temprano han entendido que requieren otro tipo de ayuda.
La neurosis como tal distorsiona el funcionamiento de los pensamientos racionales y dificulta las relaciones del afectado en los diversos aspectos de su vida. Este padecimiento se caracteriza por una inusual ansiedad y angustia que orilla a mantener conductas repetitivas, circulares y destructivas.
Según los especialistas, la neurosis obedece a fallas en la estructura psíquica de las personas y suele detonarse luego de cambios bruscos en la vida como la pérdida de un ser querido, una ruptura amorosa, un despido o incluso el embarazo.
Los mecanismos de defensa a nivel psíquico para estas circunstancias suelen verse rebasados en pacientes neurótico, es cuando aparecen las conductas y patologías.