Pablo Ortiz Monasterio busca las huellas de Tenochtitlan con la curiosidad de un arqueólogo, solo que su herramienta no es una pala, sino una cámara.
Durante la Conquista, los españoles arrasaron con aquello que no comprendían, pero la cultura no se extinguió, como se hace patente en las imágenes que el fotógrafo reúne en Tenochtitlan, libro publicado por RM con prólogo del escritor Álvaro Enrigue.
"Durante tres siglos hubo un propósito de desaparecer esa cultura, y mi tesis es que las culturas no desaparecen: emergen como la humedad en los muros", dice en entrevista.
Su libro comprueba esta premisa. Retrata atuendos, alimentos, gráfica popular, objetos y rituales, entre otras expresiones en las que resuena el legado prehispánico que surge en pleno siglo 21, como el tzompantli de la calle Guatemala, también fotografiado por Ortiz Monasterio.
El libro de la historiadora estadounidense Bárbara Mundy La muerte de Tenochtitlan, la vida en la Ciudad de México detonó el proyecto durante la pandemia, relata.
"Es un estudio muy preciso que indica exactamente hasta dónde llegaba el islote en el siglo 16. Más o menos de Tlaxcoaque hacia el Zócalo por 20 de noviembre y hasta Tlatelolco en su zona más grande. Entonces, dije: 'Es el territorio que voy a documentar'".
"Y la intención es hoy, a 700 años de la fundación de Tenochtitlan y a poco más de 500 años de la Conquista, mostrar el estado de las cosas: ¿qué hay?, ¿cómo se vive?".
El libro de Ortiz Monasterio apuesta por la construcción de sentido en temas como el agua, porque esta permitió a los mexicas establecer su ciudad. Por ello integra imágenes de Chapultepec --cuyos manantiales abastecieron Tenochtitlan--, pero también la efigie en bronce --grafiteada-- de un indígena en su canoa, o la fotografía en perspectiva de la calle República de Perú, la única calle curva del Centro Histórico capitalino.
"Todas las demás", contrasta, "son de traza Novohispana recta. ¿Por qué esta calle es curva? Porque ahí había un canal que dividía Tlatelolco de Tenochtitlan, y está la traza de ese canal.
"Quiero aludir, aunque sea lejanamente, a esa ciudad lacustre", explica el autor de una obra enfocada en la historia y la identidad cultural mexicanas.
El diálogo entre imágenes afianza la construcción de sentido que se ha propuesto Ortiz Monasterio. Es el caso de una mujer con atavíos prehispánicos pintada en la barda de un taller mecánico. Su postura es semejante a la de Tlaltecuhtli, diosa devoradora paridora mexica, divinidad de la Tierra. Y Ortiz Monasterio coloca una frente a otra.
"La mujer del muro comparte un poco de su anatomía para explicar a Tlaltecuhtli y esta le comparte toda esta grandeza. Me interesa cómo lo prehispánico se expresa a nivel de calle. Hay una voluntad de engarzar para construir sentido, de relacionar para hacerlo más comprensible", señala.
Los tres capítulos del libro --Tenochtitlan, Virreinato y Cuerpos presentes-- tienen, entre otros hilos conductores, la presencia de figuras: sagradas, como las mexicas o las católicas; paganas, como la santa muerte; artificiales, como los maniquíes; y humanas, como los transeúntes que llevan los tatuajes de su historia en la piel.
"Este libro tiene la voluntad de dar cuenta de las distintas capas que nos constituyen", enfatiza.
Las fotografías que reúne Ortiz Monasterio en Tenochtitlan han sido expuestas en las rejas de Chapultepec y en el Museo Archivo de la Fotografía. Algunas pueden consultarse también en la cuenta @pablomonasterio de Instagram.
Relación con España
"Negar España desde México es negar nuestra identidad", reflexiona Ortiz Monasterio consultado sobre la postura del Gobierno de México frente a la Conquista y la solicitud a España para que se disculpe.
"Es absolutamente artificial pretender que hay un nosotros que somos los indígenas y, por otro lado, los españoles. A estas alturas hay un sincretismo", destaca.
Medio siglo de trayectoria
Ortiz Monasterio es un artista de imágenes y de libros, su gran pasión.
De 1978 a la fecha ha sido impulsor y director editorial en proyectos como México indígena, Río de luz y Luna córnea.
También es cofundador del Consejo Mexicano de Fotografía y en 1989 coordinó el proyecto 150 años de fotografía en México, mientras en 1993 inició y coordinó la primera edición del festival Fotoseptiembre México.
Ha editado varios textos respecto a fotógrafos mexicanos, como la investigación sobre el archivo Casasola Mirada y memoria y Manuel Álvarez Bravo, Una tarde de 1989.
Ha publicado una amplia obra en libros --más de quince títulos-- entre los que destacan Los pueblos del viento, Corazón de venado, La última ciudad, Sexo y progreso, Dolor y belleza, Correspondencias, Desaparecen y Ocupación militar.