Este 23 de julio se cumplen 14 años de la muerte de Amy Winehouse, una de las voces más poderosas, complejas y trágicas de la música contemporánea. Con apenas 27 años, la cantante británica dejó un legado imborrable que aún hoy resuena entre generaciones que la descubren o la redescubren como símbolo de autenticidad, talento crudo y sensibilidad artística.
Nacida el 14 de septiembre de 1983 en Londres, Winehouse creció en un entorno influenciado por el jazz y el soul clásico. En 2003 debutó con el álbum Frank, una carta de presentación que le ganó reconocimiento en Reino Unido por su voz ronca y letras confesionales. Sin embargo, fue con Back to Black (2006) que alcanzó fama mundial. Canciones como “Rehab”, “You Know I’m No Good” y “Love Is a Losing Game” se convirtieron en himnos de desamor, lucha interna y autoafirmación.
El éxito fue tan arrollador como su caída. Ganadora de cinco premios Grammy en una sola noche —récord en su momento para una artista británica—, Amy fue tan celebrada como perseguida por los medios, que documentaron sin piedad sus problemas con las adicciones, su turbulenta relación con Blake Fielder-Civil y su salud mental deteriorada. Murió el 23 de julio de 2011 en su departamento de Camden, víctima de una intoxicación etílica, y se unió al tristemente célebre “Club de los 27”.
Pese a su corta carrera, la influencia de Winehouse es vasta. Su estilo retro-moderno, mezcla de Motown, R&B y jazz, marcó el camino para artistas como Adele, Duffy y Lana Del Rey. Su honestidad lírica y estética sin concesiones también abrió espacio para una nueva ola de cantautoras que reivindican lo emocional y lo imperfecto.
En 2025, Amy sigue siendo referente de autenticidad artística y símbolo de cómo el talento puede florecer —y consumirse— en una industria implacable. Su música, sin embargo, permanece viva, recordándonos que las voces rotas también cantan verdades eternas.