La crónica lo anuncia: el mundo está de cabeza, pero no pide ayuda. Las voces, aquellas silenciadas durante siglos, se alborotan con cuestionamientos necesarios. Tengo un problema, querido lector, y es ese de querer responder las preguntas lejanas, en lugar de las cercanas. Las lejanas son aquellas sobre oriente medio, sobre más allá de la frontera norte y la frontera sur, incluso sobre los estados colindantes, esas sobre qué puedo hacer desde aquí sobre la guerra, la violencia, la confusión y la desesperación que hay en nuestro planeta, esperando que no se extienda a la galaxia.
Otra cosa que siempre he tenido son sentimientos encontrados con los lunes. Es una cosa que comparto con mucha de la gente a la que conozco, y tal vez con usted también. Pero creo que di con la razón de ello: ese "segundo" día de la semana acudía, por la tarde cuando empezaba a oscurecer, a acompañar a mi mamá a la panadería. Era muy chico. Había invariablemente una emoción por llegar a deliberarmi elección para disfrutar por la noche ya fuera un cochinito, un polvorón de naranja o una concha de chocolate. Y aunque ya conocía aquella panificadora, el impacto terrorífico que sentía al cruzar la puerta hacia el interior era novedoso cada vez.
Había, no recuerdo con claridad si en el muro derecho o izquierdo, un cuadro con la reproducción de una pintura. El edificio expedía el maravilloso olor que los mexicanos reconocemos cuando de pan dulce se trata. Ahí, mi mamá se acercaba al mostrador y por alguna razón yo no la acompañaba. Me quedaba atrás, siempre pasmado ante la sensación que me provocaba aquel retrato, colgado en la pared, de un niño que lloraba. Intentaba desviar mi mirada hacia los besos de azúcar o el montón de bolillos, pero no cesaba la presencia fantasma de aquel cuadro. El pequeño del que le hablo tenía lágrimas corriendo por sus mejillas, con un fondo de sombras grises, ropas roídas y unos ojos enormes viendo al frente, así lo recuerdo.La imagen estaba ahí, inmóvil pero con vida, desbordando sentimiento pero congelada, y lograba oscurecer la blancura de los pisos y paredes de aquella panadería. Yo temblaba sosteniendo mi polvorón de naranja con las dos manos, presintiendo que en cualquier momento se me caería al suelo.
Sentía terror y tristeza, quería hablar con él y a la vez huir de ahí. Y siempre entendíparadójica la figura de este niño claramente necesitado de algo, suplicando con lágrimas, impuesto frente a incontables cantidades de pan horneadas diariamente.Parecía estar pagando un castigo eterno. Yo estaba seguro de que ese pequeño miraba el pan, y nos miraba a nosotros.
Aunque el mundo esté hambriento, el globo terráqueo se mantendrá redondo. No reconocemos que la naturaleza no le pertenece al ser humano, mucho menos cuando nos deseamos la hambruna los unos a los otros. Y el alimento para el alma anda siguiendo el rumbo de volverse más y más escaso."Pidamos más pan", se leía en la Holanda de 1944 en un grafiti, el río disruptivo que lleva un caudal de mensajes urbanos, mientras pasaba por el corto pero intenso "Invierno del hambre". Esas palabras se debían a la terrible hambruna que sufrió la población cuando los nazis lograron replegar al ejército británico en territorio holandés. Hoy, con una tercera guerra que, me causa horror escribirlo, lleva tiempo acechando, pareciera que los seres humanos dolemosdesde ya varias hambrunas violentas y que no encuentran descanso. Una es el hambre de pan y de papa; otra es el hambre de ambición, poder, fama y riqueza; y otra es la de sensibilidad, ternura y generosidad. El mundo padece todas las anteriores. La humanidad es una en desarrollo atorado, no de primer mundo asentado. Y las consecuencias de este padecimiento, se verán en los hijos que están por llegar.
Cuando las guerras y violencias aquejan al mundo, llega una pregunta que a primera vista es lejana: ¿Qué puedo hacer desde donde estoy? Sin embargo, hoy trataré de convencerme, y de convencerle a usted, querido lector, de que la pregunta es más cercana de lo que parece. Confío en que el hambre sincera, cuando es atendida, recompone nuestra visión del mundo. Y saciar la necesidad de alimento para el corazón viene con la risa benévola, una disculpa y un perdón, la mirada que escucha y los oídos que acarician. Regrese hoy a casa y comparta con alguien un poco de nieve de limón; o tráigase a su mejor amigo a ver en la tele a su equipo favorito de beisból, tal vez los Dodgers, jugar con buena entrega; invite a su pareja un chocolate caliente o una copa de vino. A veces, el alimento para el alma es voltear y sonreírle al cielo o a la flor que se le dio en el jardín.
Cuando estaba en la universidad, hice un trato conmigo mismo: vivía en ese momento detrás de una afamada librería que, congruentemente con los tiempos actuales, estaba liquidando todo su inventario de películas en DVD y música en CDs. Todo el material era realmente barato. Y me encontré de pronto con el deseo de ampliar la dieta que llevaba para el alma, pues el trato consistía en comprar, cada viernes al salir de clases, aquella película o disco que "jamás vería o escucharía", ya fuera debido a no ubicar al director o al intérprete, o por predisponerme pensando que sería música que no me haría disfrutar al escucharla o una película que cualquiera podría considerar de "menor valor".
Pero le invito a entender algo conmigo, querido lector: cuando las preguntas lejanas están tan lejanas, y las cercanas nos abruman rogando "¡Respóndeme!", el alimento para el alma viene de los referentes que uno menos espera.Déjese sorprender por una historia que amplíe su concepción de las cosas a través de un libro inesperado, una película sin expectativas o una canción aleatoria. A alguien le inspirará a seguir con cauce en la vida ver "Ciudadano Kane" o "Ladrón de Bicicletas" o "El Séptimo Sello", mientras que a otra persona lo hará "Mi Villano Favorito" o "El Diario de la Princesa" o "Tombstone". Y si de alimentar el alma se trata, de combatir la hambruna personal a falta de pan debido a la vida diaria, o de luchar contra la gula de referentes en cantidades extremas, exageradas y grotescas, todas ellas son válidas.
En este breve texto puedo sonar de un absurdo tremendo al comparar la hambruna causada por una guerra con pasar una tarde complaciente viendo "La Vida es Bella" o "La Gran Película de Piglet", pero le aseguro que respondiendo las preguntas cercanas, nos acercamos a responder las lejanas. Si no ha sabido qué hacer sobre las guerras que nos aquejan, existen granitos de arena que aportar en su hogar, con su familia, con sus amigos, con su círculo cercano y con usted mismo echan todo un tramito adelante. Alimentar con amor, paciencia, valor, dignidad y cuidado es algo que puede hacer en el momento en que me termine de leer, combatiendo la hambruna causada por la indiferencia, el odio, el egocentrismo, la violencia y el deseo por que otros padezcan el mismo nivel de hambre que quienes son carcomidos por ella. No lo permita. No se deje frente a la desidia y el desdeñoso ¿para qué?
No se sienta usted una persona pequeña. A veces los pasos dados se sienten muy chiquitos, pero hasta una hormiga carga decidida y fuerte con el alimento de los seres que conforman su comunidad. Puede cambiar el curso de la vida de alguien con tan sólo quitarle el hambre por un día, incluida la del alma, como yo no me atreví a darle un pan a aquel pequeño del cuadro en la panadería. El mundo no parece cambiar, así que cambiemos nosotros.
Le dejo una recomendación musical para su fin de semana:"The Last Goodbye", canción interpretada por Billy Boyd.