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Abandono

Claudia Guadalupe Martínez Jasso. | 25/05/2025 | 09:48

 

Llegar a un mundo en dónde todo es desconocido, después de haber estado durante un tiempo acurrucados flotando en la gestación, es importante, es intenso, es tal vez, aterrador. Vivir una experiencia que con los años vamos racionalizando y normalizando, queda como un recuerdo ya enterrado, en un cajón escondido de la psiquis.

Pero, si analizamos y también sentimos desde los latidos del corazón, con empatía hacia nosotros mismos, en ese momento, más vale haber sido bien acompañados en el nacimiento, en el paso del elemento agua, al elemento aire. No es cualquier cosa ¿cierto? Cuantas circunstancias que, de esos días, los previos y los posteriores a nuestro alumbramiento, pueden hoy estar afectando en nuestra configuración mental, física y emocional y que seguramente influyen nuestra estructura y, por ende, en el diario vivir.

Estar no solo, sino que bien acompañados, en ese proceso y en los próximos años de explorar el cuerpo propio, los objetos, la estructuración del yo, las relaciones, las energías y todo el enorme inventario de programaciones a las que somos sometidos por las estructuras ideológicas, costumbres y dogmas, tendría que ser de vital importancia.

Porque la Madre, es quien nos conectó al nuevo mundo. Su cuerpo fue el portal y ella, en ese estado poderoso y a la vez vulnerable, necesitó del Padre de la nueva vida y también el apoyo de la tribu. En un mundo ideal los dos progenitores estarían sostenidos por sus propios Padre y Madre y esperan a ese(a) bebé, financiera, emocional, energética, física y espiritualmente adultos. Ambos estarían listos para crear un apego seguro con su hijo(a), pero en realidad no es así.

 Existen muchos factores que, en numerosas ocasiones, cran fisuras en el vínculo complejo del pequeño(a) con su Papá o Mamá. A veces, vivimos desconectados de nosotros mismos, del Espíritu, de nuestro cuerpo, de la mente y tristemente del corazón y así gestamos nuevas vidas. ¿Cómo podríamos dar lo que no nos dieron? Y entonces, el o la niño(a), cuando no se siente visto(a) en su ser esencial, cuando vive un desamparo emocional, es decir, es reprimido(a) en su tristeza, enojo, miedo, vergüenza etc., crea una escisión en sí mismo(a). En otras ocasiones la supervivencia física, es lo que permea en el núcleo familiar y entonces, el trabajo se convierte en el punto de enfoque y por supuesto no así las charlas, ni la convivencia, ni el compartir de deseos, anhelos, pensamientos o preocupaciones.

Por ende, el vínculo con Papá y Mamá se vuelve débil, incompleto, falaz. Cuando lloro, estoy asustado(a), no comprendo y necesito, Papá y Mamá vienen. Entonces aprendo a confiar en el mundo, el universo, la vida. Pero si los Padres, no están por adicciones, enfermedades físicas, emocionales, mentales o espirituales, ¿Cómo se crea ese apego seguro? Esa persona pequeña, que está en estructuración, se siente perdido(a).

El miedo a la soledad, crece como una mala hierba, que se mete en las entrañas del Alma y se siente como un dolor punzante en el pecho al volver a apegarse con alguien, amigos, pareja y personas significativas, cuando existe la amenaza de una separación. El miedo a la muerte es un constante zumbido que no cesa y altera el sistema nervioso. Esa persona invalidada, vive buscando a alguien, a algo que no aparece y el vacío inmenso no puede ser colmado con nada, con nadie. Y entonces viene la dependencia emocional, esa horrible distorsión, esa enfermedad que nos vuelve reaccionarios, ecos de la emocionalidad del otro, constantemente.

La herida de abandono, crea cuerpos caídos, flácidos, recargados, que arrastran los pies y con una mirada triste y cabizbaja. Es peligrosa, porque depender de un tercero, es completamente incierto. El miedo al abandono es tan intenso que la persona con esta herida se auto-abandona. En muchas ocasiones termina repitiendo el mismo patrón y, por ende, abandona a los otros y es que es lógico, está desvinculado(a), desconectado(a).

La complacencia enfermiza, el auto sabotaje y la falta de límites a sí mismos y a los otros, son temblores en el Alma que se viven en el cotidiano. Saber que sufres de esta herida es el primer gran paso para sanarla. Reconocer lo que te hizo falta de tus Padres o cuidadores, trabajarlo en terapia individual o grupal, ir a tu interior a abrazar y a recuperar a tu niño(a) interno(a), Paternarte y Maternarte ahora a ti mismo(a) y finalmente responderte ¿Qué es lo contrario a ausencia? Presencia. El abandono se cura con PRESENCIA. Habitarte, tomar tu lugar, tomar en tu corazón a tus Padres, ya sin cargar con sus carencias y estar para ti con amor, en conexión con la Luz Divina, puede ir cicatrizando ese llanto silente del que no hablas. Eres siempre sostenido(a) y amado(a) por un cielo etéreo que estuvo, está y estará para ti. Un abrazo de presencia a tu corazón.

Gracias por caminar juntos.

Tu terapeuta