Cuando acabamos con el amor, también estamos terminando con la vida.
El motor esencial de la existencia, es justamente, el vivir amando.
Por eso, si acabamos con el amor, estamos apagando el motor de la existencia.
Aunque, ya sabemos que el hombre es un ser débil, y sin fuerza para amar; y, no sabe cómo amar a su prójimo.
Por tanto, es inútil pedir amor, al que amor no ha recibido.
Lo dice aquel principio: “Nadie da, lo que no tiene”. El que no tiene amor, está vacío; no tiene nada que dar.
Sin embargo, todo lo que Dios manda, es que vivamos amando.
Entonces, ¿Cómo podemos hacer, para cumplir ese mandato Divino?
Ya lo dice el Señor: “Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”. (Jn.13).
El Señor, nos amó hasta la muerte; y lo cierto de ese amor, lo podemos constatar en la cruz.
Por tanto, ya no hay pretexto para no amar; porque ya fuimos amados.
Sin embargo, el amor humano, nunca será perfecto. Ya que, jamás nos sentiremos plenamente amados por cualquier persona.
El único amor perfecto, es el que viene de Dios; y eso, no hay que ponerlo en duda.
Dios, nunca nos pedirá lo que antes no haya dado; si nos pide amor, es porque fuimos amados.
A partir de hoy, no hay que retener el amor. Si fuimos amados, hay que trasmitir ese amor.
Porque el Señor nos amó, para que vivamos amando.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.