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La infancia en el circo

Rodolfo Ornelas | 02/05/2025 | 12:07

La cuerda floja estaba por romperse. Se concentró entonces aún más quien caminaba sobre ella: la acróbata, de atuendo púrpura brillante y ojos que contaban la historia de una mujer de piel de coraza y alma sensible. Por debajo de ella se encontraba una alberca en la que nadaba un cocodrilo. Sin embargo, aquel día, por negligencia o descuido de los técnicos del circo, no se instaló la necesaria red de seguridad que debía estar presente en caso de una caída. La cuerda sobre la que realizaba el acto se tambaleaba más y más, y nuestra equilibrista la acompañaba.

¿Le tocó a usted, querido lector, asistir al circo en su niñez? Los sentidos ahí se ocupaban de registrar, al llegar, el aroma a palomitas de maíz; luego el rostro de sonreír, o aterrarse, con la bienvenida de los payasos; y, ya en su asiento, el cuerpo se concentraba en ansiar la aparición de hábiles trapecistas, esos que nos dan la impresión de siempre arriesgar la vida en las funciones que ofrecen prácticamente diario.

En México ha existido una gran tradición circense, convirtiéndose en épica aventura para miles de niños y niñas, quienes observan con fascinación especial cada acto y presencia en la pista. Estoy seguro que más de un chamaco ha soñado en convertirse en la funámbula de la cuerda floja cuando fueran grandes, con ilusión. Y yo creo que no están lejos, pero desafortunadamente.

Ahora le explico las razones de mi pensar: el papel de las infancias en México pareciera no existir. ¿Nos llegará, algún día, ese gobierno que otorga importancia a una parte de su población que no le dará resultados inmediatos? Porque nos daremos cuenta de una niñez bien atendida no hoy, ni mañana, sino en varios años.

Me he preguntado cuándo fue la última vez que escuché con alegría una propuesta de mejoras bien estructurada dirigida a los niños y niñas mexicanas, salvo excepciones muy específicas y que pertenecen a una ciudadanía urgida de ofrecer optimismo a los infantes. Ahora parece que las miradas públicas y gubernamentales prefieren acordarse de ellos nomás el 30 de abril. Nos sirve este día, vagamente, para rememorar nuestras infancias con nostalgia, publicar fotografías en redes sociales de cuando éramos chicos, y llevar a cabo festivales escolares por compromiso. Porque, disculpe mi sarcasmo a continuación, no tenemos tiempo para pensar en los niños del presente en nuestro país. ¿A nosotros qué más nos da un crío que crece envuelto en contextos de violencia, inseguridad y pobreza, en muchos casos, extrema? Las pequeñas y pequeños de México están, como aquella equilibrista del circo, en la cuerda floja, a punto de romperse y con un cocodrilo por debajo. Y ese reptil actúa a futuro.

Si usted que me lee es docente, que debo admitir han tenido una tarea más que difícil en el tiempo actual, le ruego con el alma que no tire la toalla. Le pido desde mi trinchera que acompañe, que guíe y que encauce. Nunca se sabe sobre los talentos que ese niño está todavía por descubrir, y que usted puede ayudar a pulir para crearle a esa pequeña o pequeño una vida mejor de la que jamás se habría imaginado. Porque ver la alegría en los ojos de un niño cuando aprende algo que remueve su corazón, no tiene igual. Imagine dicho entusiasmo en muchas miradas. Ojos que tengan acceso a una educación media superior. Y si es madre o padre de familia, o ambos, la formación no está únicamente en el instituto.

Está en nosotros proteger e incentivar el cuidado, bienestar y esperanza de las infancias. La escuela y los libros de texto no son suficientes. Hay organizaciones caminando a paso firme a favor de ellas, pero pareciera que van contra el mundo. Nos toca ayudarles. Promovamos lo que sí se puede hacer para abrir mejores puertas a niños y niñas: desde escucharles, hasta poner frente a ellos referentes de calidad precisa, como literatura y música que les abra el mundo. No hablo de una lectura en específico, o de tal o cual género musical, sino de una amplia variedad para abrir sus horizontes. Valdrá la pena ofrecerles oportunidades y sueños más allá de sus contextos, opacos muchas veces en los temas de salud y nutrición. Pero para comenzar no los miremos con desdén, como si fueran sólo una cifra más en los estudios de población. Para muchos, los niños entran en la conversación únicamente para discutir si "debemos tener más o no".

Hace algún tiempo hice un viaje para visitar el pueblo en el que nací. Ahí, en su casa de cultura, había una frase plasmada con pintura en la pared: "Los niños son el futuro de México". Ojalá no nos suene a banalidad.

Así que dígame, querido lector, ¿qué papel juega usted en este circo no tan emocionante en el que está envuelta la niñez mexicana, caminando sobre una cuerda vacilante? Hay varios papeles entre los que puede escoger: el del observador, el del cocodrilo, o el de alguien que, desde afuera de los reflectores, puede atreverse a decir: Paren el acto, no hay red de seguridad por debajo.

Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: "Ojalá que llueva café", canción de Juan Luis Guerra.