Se dan tres pasos por la banqueta: clak, clak, clak. Luego se sube al auto y la puerta se cierra: ¡pak! Se enciende el motor: prrr... Al colocar las manos sobre el volante, y avanzando, la música toma la palabra con "Burning Love" de Elvis Presley. Y así, arrancamos un viaje por carretera en nuestro cupido motorizado. Y desde acá, en camino, le escribo.
Autocinemas, primeros besos, cantos a todo volumen porque nadie más nos escucha, o recogidas después de la escuela; regaños a los niños que ya tiraron la bolsa completa de Takis en la parte de atrás; 9 amigos metidos en uno para 5; llamadas inesperadas para ser contratados y llamadas insospechadas de Recursos Humanos; reconciliaciones, despedidas, y llantos con canciones. Todos aquí son sólo algunos de tantos capítulos contados en esa maquinaria que es parte fundamental de nuestro vivir: El automóvil. El carro, o coche, como guste llamarle, es testigo de nuestro vivir.
Imagínese usted, que este aparato terrestre, utilizado incluso para viajar al futuro por el Doc y McFly, no tiene ni 150 años de existencia (es a Karl Friedrich Benz, en 1886, a quien se le atribuye la primera patente de automóvil) ¡así de jovensísimo es! Y no sólo es inagotable el estudio que podría hacerse sobre los coches en lo que a la industria automotriz se refiere, sino que estos han sido fructífera fuente definitoria de lo que hoy conforma nuestra realidad. Los que también han sido llamados en algún momento "muebles" no sólo nos proporcionan los dolores de cabeza de tráfico por las mañanas, sino que han dado a luz a películas, fotografía, canciones y objetos de exhibición para museos. Vamos, Vaselina no sería lo mismo sin su personaje del Rayo Rebelde. Pero hay museografía que se admira en una galería y hay de esa que hemos tenido diariamente conformando nuestro retablo de vida: Pedir el Chevy prestado era uno de los mayores trámites que conformaban el existir, o aprender a manejar con el Tsuru era un rito tanto emocionante como atrabancado, o poder comprar un Datsun propio gracias a los ahorros del trabajo duro era para festejar a lo grande.
Breve paréntesis: aquí sigo escribiéndole desde carretera, querido lector, y nuestro Herbie siendo compañero en el trayecto. Estos caminos de horas en auto significan carcajadas interminables, pasajeros insensibles que se duermen mientras el conductor se avienta las 6 horas manejando, silencios cómodos, y preguntas al estilo de "¿Ya casi llegamos?", como Burro en Shrek, o esa de "¿Nos podemos parar otra vez al baño?".
Retomo el tema. El coche es ficción apantallante y que eriza la piel para algunos: aquel Aston Martin de James Bond, el Batimóvil, o el de los Cazafantasmas. Para otros es sueño guajiro: un vocho del año en que nacieron, un coleccionable, una 4x4, uno de los eléctricos actuales, o los ojos pelados ante un Ferrari o un Lamborghini. También hay quienes admiran de lejos a esos que corren, llenos de estampas, mientras Checo hace magia en la pista. Y para nosotros, los niños, todavía es deseo dar una vuelta en el Rayo McQueen.
Hay apasionados férreos de los autos, de esos que le ponen nombre al suyo y que conservan la vieja colección de carritos y camioncitos de la Coca-Cola o de Bimbo en la repisa del cuarto, o sus Hot Wheels, y hay a quien no le deslumbran mucho; pero lo que es innegable es que uno va dejando huella por el mundo al andar, y a través de los automóviles uno puede hacer un recorrido bastante interesante por la historia del último casi siglo y medio. Repaso que también es personal: nomás voltee a ver el suyo, recuerde el que tenían sus padres hace años y en el que salían a dar el volteón, u observe aquel que le llame la atención el sábado por la mañana al caminar. Hay memorias que se llevan por escrito, y luego hay diarios andantes; esos, son nuestros coches. ¡Si ellos hablaran! Hoy las páginas son escritas hasta por Teslas, ¡a ver estos qué nos dicen!
"¿Nos podemos parar otra vez al baño?", escucho una voz que me interrumpe mientras escribo este texto en carretera. Así que, por atender dicha situación, aquí termina mi columna, querido lector. Le pido disculpas. Pero nos leemos pronto.
Le dejo una recomendación musical para su fin de semana: La canción "Burning Love", de Elvis Presley.