Últimamente he pensado mucho en la palabra desear. Así, en forma de verbo. Cuando se piensa en desear, lo primero que viene a la mente son los sueños por cumplir y los anhelos propios. Por definición, la palabra nos propone un beneficio para uno mismo. Desear nos lleva comúnmente a anhelar la posesión, palabra de bastante intensidad.
Pero hay otro tipo de deseo. Ese es el que hoy, querido lector, te quiero proponer. Me refiero a ese deseo que no va para uno mismo, sino para la persona de enfrente.
¿Existe el deseo que no pide nada a cambio? Aquel que uno lanza al mundo sin esperar llenar los bolsillos propios. Yo creo que sí. Si hablamos en este sentido, más adecuada sería la variación de la palabra y, en lugar del término desear, jugaremos con: desearte. Y si moldeamos todavía más nuestro juego con el vocablo, lo definiremos como el arte de desear. Desearte.
Desear es el acto de aspirar a que algo suceda o deje de suceder. Uno normalmente le desea los buenos días a las primeras personas con las que se encuentra en el día. ¿Pero es de verdad un deseo o nuestra cotidianidad nos ha llevado a convertirla en mera formalidad? Lo mismo pienso sobre los mensajes de texto que dicen "¿Cómo estás?" o "Espero estés muy bien". Cuando uno de corazón desea algo benevolente a otra persona, la frivolidad se extingue, quedando sólo la auténtica aspiración a que aquello se haga realidad. Los deseos para otros son estrellas que uno decide encender en un cielo que tarda en amanecer. Es una invitación a que el sol ajeno despierte primero. El desear algo para alguien más conlleva decisión.
Así, hoy te quiero compartir una serie de deseos que envío desde lo más profundo de mi corazón a ti que me lees. Pero también espero que hagas estos deseos tuyos. Toma al menos uno y otórgalo a alguien más el día de hoy. Total, son gratis:
Te deseo un café en mañana helada. El aroma de la rosa. Una charla a carcajadas. Que llegue una llamada inesperada. Que llames inesperadamente al hermano, a la amiga. Te deseo los clichés más sonados: Ni pasado, ni futuro; presente. La ardiente paciencia de Skármeta y el enamoramiento hacia Mastretta. Que tu pisada sea firme y calmada. La picardía perspicaz del mono. El orgullo mesurado y no el prejuicio. La fuerza y no la furia. Una canción de Aute. Un libro, una película. Un beso tierno a la luz de las velas. Que te llegue una carta escrita a mano. Que ayer te enamores perdidamente. Que vivas el amor desafiante, cariñoso, construido con la más natural de las maderas. Te deseo las reconciliaciones. Un amigo con quien reír. Un amigo con quien llorar. Te deseo estar a la deriva para aprender a usar la brújula del corazón; y estar tan acompañado que opacada queda la voz del miedo. Que te arda la piel de amor con ilusión. Horas frente a la más hermosa obra. Una caricia que escuche y comprenda. Ojos de pervinca que te enamoren. Dos promesas que te nazcan del amor. Te deseo un saludo amable en la mañana al llegar a la oficina. Dado y recibido. Y que de vez en cuando la vida tome contigo café en compañía de Serrat.
He caído en la cuenta de que, al centrarse en el desear para la otra persona, el deseo propio se alimenta también. No pretendo hablar de una generosidad cursi, sino de aquella que por la noche, al recostar la cabeza en la almohada, te estira las comisuras de los labios de manera placentera. Aquí, la intención sí es lo que cuenta.
Es en el acompañamiento de deseos mutuos, donde mucha duda se disipa. Desear involucra fe y esperanza, dos palabras que parecen nadar contracorriente en el lugar y tiempo actuales. Y hacerlo con benevolencia es lo que sí se puede hacer de granito de arena, en granito de arena. No cuesta, y es un primer paso. Puede uno comenzar por un genuino "Que tengas un buen día".