El presidente francés, Emmanuel Macron, continuó este lunes los contactos para designar un Gobierno estable y, tras la traición de la extrema derecha que se llevó por delante al primer ministro conservador, Michel Barnier, se afana en construir un pacto entre moderados antes de elegir un nuevo primer ministro.
Esa labor pasa por un lado por fragmentar la alianza de izquierdas, con apelaciones a la responsabilidad, para dejar fuera a su componente más intransigente, La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon, que se niega a dialogar con el Elíseo e insiste en que la única salida es la dimisión de Macron.
Además, sus contactos van dirigidos a prescindir del apoyo de la extrema derecha de Marine Le Pen, que se lo había prometido a Barnier, pero que a las primeras de cambio prefirió votar junto con la izquierda a favor de la moción de censura que se llevó por delante al Gobierno el pasado miércoles.
Desembarazado de los dos extremos del arco parlamentario, Macron aspira a reunir en torno a un mínimo común denominador a partidos muy diferentes, que sobre el papel tienen posiciones irreconciliables, pero que aseguran estar dispuestos a sacrificarse para romper el bloqueo políltico que vive el país.
Por la mesa del presidente desfilaron el pasado viernes 'macronistas', socialistas y conservadores.
Tras una tregua de fin de semana dedicada a los actos de reapertura de la catedral de Notre Dame cinco años después de su incendio, este lunes ha sido el turno del pequeño grupo de los regionalistas, pero también de los comunistas y los ecologistas.
Ante el silencio oficial del Elíseo, estos últimos fueron los que dieron más claves sobre las intenciones del presidente, que tras haber recibido a todos los partidos moderados de forma individual se plantea ahora reunirlos juntos.
La líder ecologista, Marie Tondelier, salió satisfecha de su encuentro con Macron y aseguró que ese mismo martes el presidente abrirá una mesa de diálogo, extremo que no fue confirmado por el Elíseo, de todos los líderes menos Le Pen.
La nueva estrategia presidencial tiene una primera consecuencia, la de renunciar a un relevo rápido al frente del Gobierno, como el presidente había anunciado, para afrontar los difíciles desafíos que aguardan al país.
Y su resultado es, además, incierto, porque de las declaraciones de unos y de otros se desprende que hay muy poco terreno de encuentro.
En lo que respecta a la izquierda, supone una quiebra del frente común de la alianza parlamentaria, puesto que mientras socialistas, comunistas y ecologistas se dicen abiertos al diálogo, Mélenchon sigue en la estrategia de desgastar a Macron.
Tanto los líderes socialistas como Tondelier estimaron importante el concurso de LFI, que es el componente mayoritario de la alianza de izquierdas, aunque sus 70 diputados no serían esenciales si el resto de los partidos moderados se ponen de acuerdo.
Socialistas y ecologistas exigieron que el nuevo primer ministro proceda de la izquierda, ganadora de las pasadas legislativas y único garante de que habrá un verdadero cambio de rumbo político en el país.
El líder comunista, Fabien Roussel, por su parte, lo consideró "preferible" pero no imprescindible y prefirió incidir en que lo importante pasa por que las políticas marquen un cambio de orientación.
Resta por ver si esas condiciones son aceptadas en el centro y la derecha tradicional, cuyas primeras declaraciones no allanan el camino del acuerdo.
Los conservadores, dirigidos por el actual ministro del Interior en funciones, Bruno Retailleau, aseguran que no aceptarían un primer ministro procedente de la izquierda, mientras que los 'macronistas', a cuyo frente se sitúa el ex primer ministro Gabriel Attal, descartan revertir algunas de las reformas recientes, como el retraso de la edad mínima de jubilación.