La comunidad árabe de Michigan, un "estado pendular" que en las últimas elecciones se ha decantado, según el caso, por demócratas o republicanos, no inclinará la balanza el próximo noviembre, a pesar de que su peso demográfico podría hacer que los 15 votos electorales fueran para Donald Trump o Kamala Harris y zanjar así una elección que se presenta muy reñida.
"Hay mucho dolor y un sentimiento de no ser oídos -dice a EFE la presidenta de la Red nacional de comunidades árabe-americanas, Rima Merueh-. Oigo a muchos en mi entorno preguntarse por qué pagan impuestos", añade, en un país que está colaborando con Israel en la matanza de sus propios parientes en Palestina o en Líbano.
El dolor de los árabes en Michigan no es abstracto: el martes pasado, un vecino de Dearborn, Kamel Ahmed Jawad, murió en un bombardeo israelí en la ciudad libanesa de Nabatieh, de donde era originario. Su familia ha pedido que quien quiera solidarizarse con ellos lo demuestre con donativos a organizaciones de asistencia humanitaria en el Líbano.
Muchos vecinos interrogados por EFE no siempre quieren hablar de política pero todos, quien más, quien menos, tienen parientes atrapados en una de las dos guerras.
¿Pero se traducirá todo este dolor eso en un voto de castigo a Kamala Harris? No está nada claro.
La red que preside Merueh, al igual que el Museo Árabe-americano, nació en Dearborn, una ciudad pegada a Detroit, considerada la capital de los árabes en Estados Unidos, adonde empezaron a llegar en la década de los setenta para trabajar en la entonces pujante industria del automóvil para las tres grandes: Ford, General Motors y Chrysler.
Al principio fueron palestinos y libaneses, pero en la última década han abundado los yemeníes e iraquíes que huyen de las guerras en sus países. Con esta suma, no es casual que las calles de Dearborn estén llenas de carteles en inglés y árabe, carnicerías halal, mezquitas y comercios donde se vende toda la parafernalia doméstica y decorativa que uno encuentra en las tiendas de El Cairo o Bagdad.
Más de la mitad de los 100.000 habitantes de Dearborn son de origen árabe, y su alcalde es uno de ellos, Abdullah Hamoud, que suele bromear recordando que su padre le decía entre risas: "Los americanos no están preparados para un alcalde que se llame Abdullah". Pero se equivocó, y él ganó los comicios municipales en 2022, convirtiéndose desde entonces en una de las voces más críticas del Partido Demócrata.
No está solo: la congresista Rashida Tlaib, de origen palestino, logró un escaño en 2019 por el estado de Michigan y se convirtió en una de las referentes de la izquierda del Partido Demócrata. Tlaib, como Hamoud, se han distinguido por sus críticas al Gobierno de Joe Biden por su apoyo inquebrantable a Israel en la guerra de Gaza y ahora en la del Líbano.
En la primera mitad del año tomó fuerza un grupo crítico del Partido Demócrata que se definía como "uncommitted" (no comprometido) y que propugnaba votar en blanco en las primarias demócratas para no apoyar así a Biden. Con la retirada de Biden y la nominación de Harris el movimiento se desinfló, pese a que Harris no ha mostrado la menor distancia con Biden en su defensa de Israel.
Con el paso de los meses, la feroz oposición árabe a Biden ya no parece tan clara al tratarse de Harris, y la prueba pudo verse el pasado sábado en una manifestación de unas 300 personas en el centro de Detroit de protesta contra el gobierno y en solidaridad con Palestina y Líbano.
De todos los entrevistados por EFE en aquella manifestación donde abundaban las kufiyas y las banderas palestinas, había opciones para todos los gustos: Laura, una joven de un movimiento de izquierda, dice que emitirá un voto nulo ("Trump no pueda ser peor que lo que veo", razona), el libanés Georges reconoce que votará por Harris ("Me han obligado a elegir entre lo malo y lo peor") y el palestino Imad está pensando si votar a Trump "para castigar a los demócratas".
En otras palabras, es ilusorio pensar que los árabes vayan a formar un frente unido con una misma postura, lo que vuelve a poner a Michigan en la incertidumbre de los demás estados pendulares.
Mientras tanto, cunde entre ellos el desánimo y la rabia: "¿Por qué nuestro sufrimiento no cuenta, sólo cuenta el de los israelíes? -se pregunta Rima Merueh- ¿Y por qué toda crítica a Israel es tachada de antisemita?. Eso va contra nuestra democracia. ¡No pueden quitarnos al menos eso, el derecho a protestar!", concluye.