La tecnología no parece que nos haga trabajar menos ahora (aunque quizá esto cambia dentro de poco). De hecho, parece que trabajamos más horas, aunque no sea necesariamente en la oficina.
En la Edad Media, el ocio y el tiempo libre era mayor del que creemos. Alrededor del año 1300, el calendario todavía estaba lleno de fiestas y celebraciones.
La historiadora y economista de Harvard Juliet Schor ha calculado que los festivos representaban al menos un tercio del año. En España, alcanzaban unos asombrosos cinco meses y en Francia, casi seis. La mayoría de los campesinos no trabajaban más de lo necesario para vivir:
El ritmo de la vida era lento. Nuestros antepasados tal vez no fueran ricos, pero tenían tiempo libre en abundancia.
Pero, dado que el tiempo es dinero, el crecimiento económico trajo aparejado mayor consumo, lo que también requirió mayores ingresos y, por extensión, más trabajo. Como explica Bregman Rutger en su libro Utopía para realistas:
Incluso allí donde los ingresos reales han permanecido estables y la desigualdad se ha disparado, la locura consumista ha continuado, pero a crédito. Y ése es precisamente el principal argumento que se ha esgrimido contra la reducción de la semana laboral: no podemos permitírnoslo. Más tiempo libre es un ideal maravilloso, pero es sencillamente demasiado caro. Si todos trabajásemos menos, nuestro nivel de vida caería y el estado del bienestar se desmoronaría.
Sin embargo, trabajar demasiadas horas no se traduce necesariamente en alcanzar más productividad, como descubrió Henry Ford a principios del siglo XX: una serie de experimentos que demostraron que los trabajadores de su fábrica eran más productivos cuando trabajaban una semana de cuarenta horas. Trabajar veinte horas adicionales daba resultados durante cuatro semanas, pero luego la productividad disminuía.
El 1 de diciembre de 1930, el magnate de los cereales W.K. Kellogg decidió implementar una jornada de seis horas en su fábrica de Battle Creek, Michigan.
Fue un éxito rotundo: Kellogg pudo contratar a 300 empleados más y redujo la tasa de accidentes en un 41%. Además, sus empleados se volvieron notablemente más productivos.
Trabajar demasiado, pues, puede ser contraproducente. Y dejar de luchar por trabajar menos horas, o simplemente para dejar de trabajar, no es un objetivo de perezosos. Debería ser el propósito fundamental de cualquier país avanzado a fin de que sus ciudadanos jugaran, estuvieran con sus hijos, participaran en la comunidad, se ilustraran y un largo etcétera.