Miguel Calero fue mucho más que un portero histórico del Pachuca: también fue un símbolo de humanidad para la afición. A más de diez años de su fallecimiento, una anécdota contada por su hijo revela la razón detrás de una de sus imágenes más recordadas.
Durante años, el futbol mexicano vio al ‘Cóndor’ portar gorras, paliacates y, posteriormente, lucir completamente rapado, lo que se convirtió en un sello distintivo del colombiano. Pero, contrario a lo que muchos creían, Calero no adoptó ese estilo por una cuestión de comodidad, estética o superstición.
Según relató su hijo, Juan José Calero, en entrevista con Fox Sports, el gesto nació de un encuentro que marcó profundamente al arquero:
“Mi papá decide raparse por una niña que visitó en un hospital. Ella estaba en etapa terminal de cáncer y él le prometió que mantendrían ese vínculo. Y cumplió esa promesa hasta el último día”.
Aunque Miguel Calero conquistó cuatro títulos de Liga MX con Pachuca —además de la histórica Copa Sudamericana y múltiples torneos internacionales—, para su hijo el verdadero impacto de su padre estuvo fuera de la cancha.
Juan José explicó que muchas de las personas que se acercan a él no lo hacen para hablar de atajadas, sino de momentos humanos que Miguel dejó en su paso por México:
“Mi papá siempre tuvo detalles con mucha gente. Yo no sabía muchas historias hasta que con el tiempo la gente me las ha contado”.
A partir de esos testimonios, el actual delantero entendió que su propio camino no debe compararse con el de su padre, sino honrarlo desde un lugar distinto:
“En la cancha tengo que hacer mi historia, pero fuera de ella tengo la responsabilidad de mantener el apellido Calero de forma positiva”.
A sus 27 años, el hijo del ‘Cóndor’ ha vivido una trayectoria compleja. Debutó con Pachuca, pasó por León y después emigró para jugar en Portugal con Gil Vicente y Nacional. Tras etapas en la Liga de Expansión, llegó a Venados para el Apertura 2025, donde firmó el mejor torneo de su carrera con 15 goles, convirtiéndose en el máximo anotador.
Con madurez, reconoce que durante años cargó con la presión del apellido:
“Yo solo me puse presiones que para mi edad no correspondían. Llegó un momento en que quería acercarme a lo que había hecho mi papá. Hasta que entendí que él tuvo su historia y yo debo construir la mía”.