El Manchester United sigue sin encontrarse. Mientras la directiva se mueve en los despachos para reconstruir un proyecto que vuelva a poner al club entre los gigantes del futbol mundial, el equipo de Rúben Amorim volvió a mostrar que está lejos de esa grandeza que pretende recuperar. La visita del Everton, en teoría una oportunidad para acercarse a los puestos europeos tras los tropiezos de Liverpool y Manchester City, terminó siendo otra noche negra en Old Trafford.

El partido comenzó con el guion perfecto para el United: local, favorito y con una posibilidad dorada de meterse de lleno a la pelea por Champions. Pero la Premier siempre encuentra formas de sorprender… y esta vez se superó.

A los pocos minutos, el caos estalló del lado del Everton. En una acción insólita captada por DAZN, Idrissa Gueye perdió la cabeza y le soltó una torta a su propio compañero, Michael Keane, después de recriminarle una jugada. El árbitro no dudó: roja directa. Entre empujones y gritos, tuvieron que llevarse a Gueye al vestuario. Un escándalo.

Con un hombre más y Old Trafford rugiendo, cualquiera habría esperado que el United se comiera vivo al Everton. Pero ocurrió todo lo contrario.

Los Toffees, lejos de hundirse, se ordenaron, corrieron y golpearon cuando debían. El premio llegó con el gol de Kiernan Dewsbury-Hall, que silenció el estadio y dejó helado a un United incapaz de aprovechar su superioridad numérica.

Amorim movió piezas, buscó variantes y el equipo intentó reaccionar, pero la falta de ideas volvió a ser protagonista. Centro tras centro, intento tras intento… sin claridad, sin contundencia. El tiempo corrió y el United se quedó sin respuestas.

Al final, Everton impuso su ley en Old Trafford, ganando un partido que parecía imposible después del bochornoso incidente entre sus propios jugadores. El United, en cambio, se va con más dudas que certezas, con un proyecto que sigue sin levantar vuelo y con la sensación de que la grandeza que busca reconstruir todavía está muy lejos.