El 7 de noviembre de 1991, una simple y devastadora frase conmocionó al mundo: "Por haber contraído el virus HIV, tendré que retirarme de los Lakers, a partir de hoy…". Con esas palabras, Magic Johnson, el deportista de la sonrisa amplia, del carisma inagotable y del show dentro de la cancha, se despedía de su mítico equipo y de la NBA. Earvin Johnson dejaba de jugar al básquet. Impensado. De repente, ya no era más jugador ese cautivante base que había cambiado el juego con su estilo único, la superestrella que había vendido la NBA a todo el planeta, el ganador que había logrado cinco anillos en menos de 10 años, el ídolo que todos –hasta los rivales– querían... Así, sin imaginarlo, de un momento a otro, Magic dejaba el deporte siendo todavía un jugador dominante, cuando hacía apenas meses que había disputado su novena final de la NBA. Devastador. Para él, para todos. Uno de los días más tristes de la historia del deporte mundial.
El golpe fue mundial porque no solo se trataba de quien se retiraba –lo que ya era mucho–, sino por qué lo hacía. Aquella mañana, Johnson admitió que dejaba de jugar por tener un padecimiento que, en ese momento, por desconocimiento, era asociado a la homosexualidad, a las drogas, a la muerte. Una enfermedad joven que oficialmente había surgido diez años antes de aquel anuncio y que, en esa época, arrasaba a las minorías y por eso se había convertido en un bastión de la discriminación. “Básicamente, en ese momento, tener SIDA era sinónimo de muerte, por eso me apuré a aclarar que tenía el virus pero no la enfermedad y que pensaba vivir muchos años más”, comentó Magic tiempo después sobre aquel discurso corto pero impactante que dio ya sin la sonrisa que siempre lo había acompañado. En ese instante, la noticia era demasiado fuerte como para pensar en positivo. Aquella corta conferencia de prensa que imprevistamente dio el jugador en el estadio del Forum de Inglewood cambió el semblante y el estado de ánimo de millones de personas; nadie podía creer que Magic tuviera esa afección, que aquel día nos dejaba el ídolo que se divertía y nos divertía con una pelota en la cancha.
Johnson se había enterado casi de casualidad, dos semanas antes al anuncio, el 24 de octubre de 1991. Jerry Buss, dueño de los Lakers, quería sumar un bono de tres millones de dólares al contrato del jugador, que había quedado desactualizado. Y, para eso, más que nada por el seguro que tiene cada acuerdo, se requirieron análisis de rutina. Nadie pensó que los resultados no darían bien. A Lon Rosen, agente de Magic, lo llamaron los médicos a principios de octubre para alertarlo y pedirle hablar con el jugador. Pero, claro, Magic estaba a punto de viajar a París para disputar el Open McDonald’s y todo quedó para más adelante. Era demasiada fuerte la noticia, había que pensar cómo avanzar y contarle al jugador. Tras los triunfos ante el Limoges francés (132-101) y el Joventut de Badalona (116-114), los Lakers volvieron a Estados Unidos, el 21 de octubre y, con Magic en el equipo, se dirigieron a Salt Lake City para un amistoso.
Fue cuando Michael Mellman, jefe del servicio médico de los Lakers, entendió que no se podía esperar más y le anunció por teléfono sobre el resultado de aquel test de sangre. “Earvin, tengo que comunicarte que tienes HIV”, le dijo. El silencio ganó la comunicación. La primera reacción fue de consternación y la segunda de tristeza, mezclada con incertidumbre. Pero enseguida, admitiría Magic, más que su propia salud, lo primero que se le vino a la mente fue su esposa, con quien estaba en pareja desde los 14 años y con quien esperaba su primer hijo, desde hacía pocas semanas. “Jugué contra los mejores entre los mejores, como Michael (Jordan) y Larry (Bird). Y siempre pensé que había sido lo más difícil que me había tocado en la vida. Pero estar viajando a casa para decirle a mi esposa Cookie que tenía VIH, eso fue realmente el momento más duro”, reconocería años después. El momento fue desgarrador, según el jugador. “Ambos caímos de rodillas y empezamos a llorar”, admitió.
—Magic: Entiendo si querés dejarme, si querés el divorcio. —Cookie: ¿Es un chiste? ¿Estás loco? Claro que no, yo te amo.
Mostrando su entereza y el amor por su marido, Cookie le resolvió el primer problema: le aseguró que lo acompañaría y apoyaría en todo, pese a tener claro que la promiscuidad era el principal culpable de la nueva realidad familiar. El segundo tuvo que ver con la suerte y la ciencia. Un análisis, pocos días después, determinó que ni ella ni el bebé en su vientre eran portadores del virus, lo que generó un enorme alivio en la familia.
Lo que vino después no fue menos traumático. Magic recurrió al doctor David Ho, experto en HIV, quien confirmó el resultado y le recomendó que dejara el básquet, confirmando el miedo que tenía el jugador. También le prescribió AZT, un medicamento con efectos secundarios que era el único conocido en aquella época. Fueron días difíciles para él, quien no podía dejar su rutina de ir al gimnasio y tirar al aro, mientras pensaba cómo afrontar la parte más compleja: contarles a compañeros, rivales y al mundo entero que tenía el virus. Hasta ese momento, solo un puñado lo sabía: sus padres y los de Cookie, tres ejecutivos de los Lakers (Jerry Buss, Jerry West y Mitch Kupchak) y David Stern, el comisionado de la NBA.
La estrella, entonces, confeccionó una lista de personas a las que quería contarles: Pat Riley, su confidente y todavía amigo Isiah Thomas, y sus históricos compañeros, Byron Scott, Michael Cooper, Kurt Rambis y Kareem Abdul-Jabbar. “Le voy a ganar también a esta enfermedad”, le dejó claro a Scott. Byron lo miró con alguna incredulidad, admitiría Johnson tiempo después. “Yo le dije que lo sabía, pero en realidad no le creía. Por lo que yo sabía de la enfermedad en ese momento, Magic estaba condenado a la pena de muerte”, reconoció Scott.
Esa era la entereza que tenía Magic. Lejos de estar abatido, mostraba determinación. “Cuando Dios decidió darme esta enfermedad, lo hizo con la persona correcta. Voy a hacer algo grande con esto, le voy a ganar”, le dijo a Gary Vitti, trainer de los Lakers y amigo personal. Así fue con todos. Cuando se lo dijo a Jordan, Michael estaba manejando y tuvo que parar al costado de la carretera. No podía parar de transpirar y sintió que se iba a desmayar. Algo parecido le sucedió a Larry Bird, su especial y más encumbrado adversario. Justamente Magic quiso que el alero de Boston fuera uno de los primeros en saberlo y le pidió a su agente que lo llamara para que no se enterara por la prensa. Lon Rosen llamó, apenas horas antes del anuncio público, y lo atendió Dinah, mujer de Bird, quien solo atinó a decirle a su esposo que se trataba de una comunicación urgente…
—Larry, me voy a limitar a contártelo, porque no tenemos mucho tiempo. Magic tiene el virus HIV. Esta tarde anunciará su retiro. Y él quería que lo supieses antes de que lo hiciese público.
El impacto fue tan grande que Bird tuvo que apoyarse en la pared para no caerse. Y, shockeado, no pudo evitar llamar inmediatamente a Magic, quien, si estaba asustado, lo disimuló de forma magistral…
—Todo va a ir bien, Larry. Voy a darle pelea a esto, quedate tranquilo. Voy a vivir. Y si muero, lo haré feliz…
A Bird no le alcanzaron las palabras de su amigo-rival. No pudo reaccionar. Conmocionado, solo pensó: “¿Cómo puede ser que él me anime a mí? Debería ser al revés…”. Pero, claro, internamente no podía con la noticia. Y en ese momento, confesó tiempo después, le cayó una ficha. Se dio cuenta de lo poco que importaban las innumerables batallas deportivas que habían tenido y que, en muchos casos, lo habían dejado sin dormir, por los efectos colaterales de las derrotas. Pero ahora era otra cosa, todo tenía demasiado poco valor cuando se imaginó lo peor…
—Dios mío. Magic se va a morir.
Cuando Larry se lo dijo a su esposa, pensó lo que tantos otros, desconocedores de la enfermedad y de los riesgos del virus. Así, compungido, casi vacío, fue a jugar. Apenas sumó 17 puntos, nueve rebotes y seis asistencias ante los Hawks. No fue el de siempre, perdió cuatro pelotas y se lo notó ausente. Su cuerpo estaba ahí, con su talento, pero no su espíritu ni su alma. Previo a la conferencia de prensa, Magic pasó por el vestuario de los Lakers y se los anunció a sus compañeros, en una escena que los presentes nunca olvidarán. Muchos ya lo sabían, pero igual quedaron consternados y rompieron en llanto. Una escena se repitió: Magic, poniendo la mano en la cabeza de cada uno, intentando calmar y dar fuerza