"Algunos días son un poco mejor que otros. Feliz por seguir caminando y luchando otro día". A Steven LoBue le fue mal en La Rochelle (Francia) el pasado 17 de mayo. Su golpe con el trampolín fue tremendo. El estadounidense, uno de los mejores saltadores del mundo, se lanzó de espaldas, haciendo un primer giro muy cerca de la pasarela. Cometió un error de cálculo y se golpeó la cabeza contra la plataforma.
Un centímetro más arriba o más abajo podría haber sido fatal. Comenzó a dar descontrolados giros en el aire a 85 kilómetros por hora, muy alejados de las habituales piruetas a las que nos tienen acostumbrados los participantes en la serie mundial del Red Bull Cliff Diving. En tres segundos voló en caída libre los 27 metros entre el tejado de la torre de Santo Nicolás y el agua.
Chocó violentamente con el mar. Los servicios de asistencia nadaron con rapidez para sacar a LoBue, de 28 años, lo antes posible del agua. Las 75.000 personas del público y el resto de saltadores seguían la escena con angustia. Una vez superados los primeros exámenes médicos, el saltador de Nueva Jersey se fue para casa con unas heridas mínimas: un ojo golpeado y un par de rasguños en la frente.