Lunes 4 de Noviembre de 2024 | San Luis Potosí, S.L.P.

PARA EL MISMO PROBLEMA, SE PLANTEA LA MISMA SOLUCIÓN

José Luis Solís Barragán | 06/04/2024 | 00:03

Gabriel Zaid en su libro sobre corrupción y poder en nuestro país, señaló que este fenómeno no es una característica que describía al sistema político mexicano, sino que era el sistema mismo; es decir el entrelazamiento entre ambos conceptos adquiría un carácter sistémico bajo la premisa de la gobernabilidad.
Desde el surgimiento del Estado moderno mexicano, se estableció un régimen hiperpresidencial, en el que los demás órganos del Estado quedaban eclipsados por las facultades “metaconstitucionales” del presidente, si a ello se sumaba un partido preponderante, teníamos como resultado, una democracia bastante deficitaria.
La corrupción fue vista durante gran parte de los gobiernos emanados del partido preponderante como una especie de “compensación”, de ahí aquella famosa frase de: “te hizo justicia la revolución”; siendo esto una forma de premio de consolación, combatir el hecho, no se asumía como una responsabilidad del Estado, pero sí como una forma de represalia contra quienes no se ajustaran, a los designios presidenciales.
La corrupción fue vista como un fenómeno desbordado durante la administración de José López Portillo, monumento de ello queda el Partenón del “Negro Durazo” y por supuesto aquella frase celebre del titular ejecutivo que con vanidad señalaba: “mi hijo, es el orgullo de mi nepotismo”.
Hasta un sistema cerrado en términos democráticos tiene sus propios límites, de ahí que Miguel de la Madrid como sucesor del sistema político debía desmarcarse bajo el eslogan de la “renovación moral de la sociedad”; y nuevamente el combate a la corrupción se instauró como una medida legitimadora para los gobiernos en turno y como freno a los intentos de injerencia de los mandatarios salientes.
El combate a la corrupción en nuestro país, tiene una larga historia como instrumento de venganza política y/o ajuste de cuentas, así como para dejar en claro el poder del titular del Ejecutivo; de ahí que el remedio contra este mal, no encontrará solidez durante décadas dentro del sistema mexicano.
La transición democrática en nuestro país empezó a cimentar bases para desnudar la corrupción, la Auditoría Superior de la Federación y el Órgano Constitucionalmente Autónomo encargado de la Transparencia (INAI), son ejemplos de ello; transitar a un combate real, es sin duda de esos grandes pendientes que nos quedó a deber la clase política.
No se puede combatir la corrupción si no se tienen sólidos los principios rectores de una democracia: ciudadano como eje de la toma de decisiones del Estado, mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, y por supuesto control del poder; cuando se nulifica la democracia el poder se desborda y con ello acrecientan los hechos de corrupción, no es casualidad que podemos encontrar coincidencias entre los países menos democráticos y los países más corruptos.
Si tenemos claro que combatir la corrupción requiere en esencia democracia, surge la duda del ¿Por qué se presenta como propuesta para poner freno al fenómeno, los remedios tradicionales de girar rumbo al hiperpresidencialismo y su concentración del poder en una sola persona?
Albert Einstein definía la locura como: “hacer lo mismo una y otra vez, y esperar resultados diferentes”; lo cual hace mucho sentido, por lo que no se explica como la única propuesta que esta en la mesa en este momento para combatir la corrupción, se basa en la idea de desdibujar un sistema de pesos y contrapesos, para concentrar todo en una persona, bajo la premisa de que está, si será honesta.
Claudia Sheinbaum puso en el debate el tema de la corrupción, algo que se celebra, de su propuesta, hay cosas que pueden destacarse como el reconocimiento al Derecho Humano a una buena administración pública, o incluso el enfoque con perspectiva para las víctimas, pero su idea de desaparecer un andamiaje que funciona bajo pretexto de ser muy “neoliberal”, ciertamente implica una regresión a una confianza ciega para poder Ejecutivo.
Combatir la corrupción requiere un esfuerzo titánico y compromiso político serio, implica un cambio de paradigma de la relación político-ciudadano, así como renunciar a una serie de privilegios de unos cuantos, en aras de un objetivo mayor, es decir el bien público temporal que debiera buscar todo Estado.
Es difícil que la clase política se anime a combatir la corrupción de forma seria y eficaz, la existencia de un sistema complicidades impide materializar una demanda ciudadana; mientras eso sigo existiendo, por mucho que se modifique la legislación sobre adquisiciones, obra pública, transparencia, gasto público, etc.; seguiremos viendo la corrupción que hubo ayer y por supuesto, que hay hoy.
La salud de la democracia es muy importante como para dejarla solo en manos de una clase política, por ello el ciudadano debe inmiscuirse, de lo contrario, como dice aquel dicho popular, seguiremos “dejando la iglesia en manos de Lutero”