Cuando Giorgio Nardone, uno de los psicoterapeutas más reconocidos de Italia, me dijo que el miedo a perder el control está muy extendido, al principio me mostré un poco escéptico. Sin embargo, no debería sorprendernos: en nuestra sociedad, de hecho, parece imperar la necesidad de controlar todo lo que sucede dentro, alrededor y fuera de nosotros. Una tendencia generalizada al hipercontrol que en algunos casos nos lleva incluso a situaciones patológicas, de las que los ataques de pánico son solo el ejemplo más evidente y mediatizado.
En general, pocos nos hemos preguntado a lo largo de nuestra vida si tenemos algún problema de control. En la mayoría de los casos no somos conscientes de que ejercemos formas de hipercontrol porque en algunos ámbitos este comportamiento se ha normalizado: “la mayoría piensa que es saludable”, nos dice Nardone. Así que si literalmente no podemos dejar de tomar el teléfono y scrollear en Instagram cada tres minutos, de hecho, para muchos jóvenes (y padres) es algo perfectamente normal, al menos hasta que llegamos al FOMO.
Más allá de la tecnología digital, los ámbitos en los que podemos observar que nuestra relación con el control es poco saludable son muchos. No nos referimos aún de situaciones patológicas, que requieran intervención psicoterapéutica, sino de señales que nos susurran que quizá algo va en la dirección equivocada, tal vez por el miedo a perder el control.
Junto con Giorgio Nardone, hemos identificado algunas de las señales más frecuentes, y explicamos por qué quizá sería mejor aprender a dejarnos llevar, permitiéndonos un poco de imperfección y desinterés que tanto nos ayuda a sentirnos más tranquilos.
Lentitud excesiva en el trabajo
¿Alguna vez has pensado que un compañero es demasiado lento y que tarda una eternidad en realizar tareas que en el fondo son sencillas? Pues bien, en algunos casos se trata del típico signo de un problema de control: por simplificar demasiado, esa persona tiene tanto miedo de no alcanzar un nivel satisfactorio en lo que hace que está constantemente revisando y ajustando su trabajo. Un afán de perfeccionismo que en los casos más extremos puede convertirse en inmovilismo.
Hacerlo todo para conciliar el sueño
La higiene del sueño —el conjunto de trucos para conciliar el sueño— se ha vuelto muy popular en los últimos años y en algunos casos resulta muy útil. Sin embargo, para algunas personas puede convertirse en una trampa y acaban cayendo en comportamientos casi obsesivos en relación con lo que comen por la noche, a qué hora se acuestan y la presencia de luces activadoras.
“En nuestro enfoque, la mejor terapia para conciliar el sueño, que también he experimentado con grandes artistas en los días previos a actuaciones importantes, es la siguiente: poner el despertador a las ocho horas, meterse en la cama y cerrar los ojos sin forzarse a dormir de ninguna manera. A nuestros pacientes con insomnio únicamente les pedimos que mantengan los ojos cerrados durante ocho horas, dejando que su mente vague por donde quiera. Eso sí, aunque tengan que ir al baño, no pueden abrir los ojos”, nos dice Nardone.
Sin duda, es una petición extraña, como suele ocurrir con los protocolos de intervención de la Terapia Breve Estratégica, pero puede explicarse por una característica fisiológica: “los ojos cerrados desconectan la mayor parte de la actividad cerebral, así que incluso sin dormir nos regeneramos. Pero lo más importante es que si nos esforzamos en aplicar este sencillo ejercicio, desviamos nuestra atención del hipercontrol del sueño e inevitablemente nos quedamos dormidos”.
Hipercontrol en la pareja
El mundo de las relaciones afectivas es otro ámbito en el que se puede presentar el hipercontrol. Un poco de celos es fisiológico en las parejas, pero si te descubres acechando a tu pareja mientras esperas a que tome un baño para echar un vistazo a sus chats de WhatsApp, esta es una señal definitiva de que quizá algo no va bien.
“En las parejas es muy común que uno de ellos intente revisar el teléfono de su pareja, y los problemas surgen cuando los celos se convierten en paranoia: quien revisa en exceso, en ese caso va buscando todos los indicios de una supuesta traición, construyéndose una supuesta película. En cambio, si la pareja funciona, se puede dejar el teléfono en todas partes, incluso compartir el código para desbloquearlo; en ese caso, el hipercontrol desaparece de inmediato”, según explica el psicoterapeuta Giorgio Nardone.
Controlar lo que ocurre en el interior
Incluso en la relación con nuestro interior, podemos tener actitudes indicativas de un miedo intenso a perder el control. Pensemos, por ejemplo, en todos los programas y esquemas mentales en los que a menudo nos atrapamos. “Un control racional excesivo acaba por crear una paradoja: nuestra interioridad debe fluir para funcionar bien. El hecho de querer dirigirla siempre hacia donde y como quiero, conduce a un exceso de control que altera nuestra relación con nosotros mismos”. Por lo tanto, es útil aprender a perder el control en pequeñas dosis para poder mantenerlo realmente.
Autocuidado y autopreservación
Cuidar el aspecto personal es algo fundamental en nuestras vidas por muchas razones, sobre todo sociales. Hacer una visita al barbero, elegir un producto para el cuidado de la piel o hacer ejercicio son elecciones totalmente comprensibles. Algunos, sin embargo, llegamos al extremo de querer controlar cada detalle de nuestra apariencia, con casos límite en los que nos gustaría eliminar cualquier defecto estético mediante cirugía estética.
El hipercontrol también abarca la enfermedad y concierne a “aquellas personas que tienen mucho cuidado de no tocar nada que esté infectado o que pueda contaminarlos, incluso evitando lugares donde haya sustancias potencialmente tóxicas. El enfoque científico de nuestra cultura, con la promesa de poder hacer frente a cualquier malestar y superar cualquier enfermedad a través del conocimiento, nos lleva a menudo a un hipercontrol sobre nuestra salud que a veces se traduce en continuos exámenes médicos”, comparte Nardone.