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Homilía: Siempre hay alguien que nunca te abandona

Pbro. Lic. Salvador González Vásquez | 24/03/2024 | 05:49

En este mundo, tan alejado de Dios, que fácil es sentirse abandonado.
Al negar a Dios, nos   condenamos a vivir en  el abandono; porque nadie, en este mundo, puede llenar  el vacío que solo puede llenar Dios.
El creador, no nos hizo  para estar solos. Porque donde está Dios, no hay soledad absoluta.
La única soledad, es aquella donde falta el Señor.
Y, soledad: es ausencia de alguien; de un ser que debería estar, pero ahora se encuentra  ausente.
El abandono, es consecuencia del egoísmo. Y éste, es la raíz del pecado.
Una vez, que nos sentimos agobiados,  pensamos de manera equivocada, que Dios nos ha abandonado.
Dijo San Agustín: “Nadie, Señor te pierde, sino el que te abandona”. (Conf. IV, 9,14).
Es el hombre, quien se abandona de Dios. Y si la humanidad está apartada del Señor, entonces, es imposible no sentirse   abandonado; porque al vivir entre los hombres, solo encontraremos incomprensión, y por tanto  soledad.
Jesús, siendo semejante a nosotros, menos  en el pecado, también experimentó el abandono, que padece un hombre.
Y estando en la cruz, mientras agonizaba, hizo suyo el salmo 21, y exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
En los momentos más amargos, hemos llegado a pensar, que Dios nos tiene abandonados.
Pero, el Señor no te abandona, ni en el momento más hostil; porque ahí, donde todos pueden marcharse, Dios   permanecerá contigo. 
Ya lo dice el salmo: “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor no me abandonará”. (Salm.27,10).
 Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez 
 
 
 
Evangelio del día
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 15, 1-39
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato.
 
Pilato le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
 
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices».
 
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan».
 
C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran.
Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre.
Pilato les preguntó:
S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
 
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.
 
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
 
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?».
 
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. «Crucifícalo».
 
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho?».
 
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. «Crucifícalo».
 
C. Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
 
C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio— y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
 
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.
 
C. Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz.
Y conducen a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»),
 
C. y le ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
 
Era la hora tercia cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos».
 
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
 
C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz».
 
C. De igual modo, también los sumos sacerdotes comentaban entre ellos, burlándose:
S. «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos».
 
C. También los otros crucificados lo insultaban.
 
C. Al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz potente:
+ «Eloí Eloí, lemá sabaqtaní?».
 
C. (Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
 
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, llama a Elías».
 
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo».
 
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
 
C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».