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Se suman migrantes al ambulantaje en CDMX

Agencia Reforma | 20/02/2024 | 09:41

Varados en la Ciudad de México, en espera de una cita para pedir asilo en Estados Unidos, los migrantes haitianos y venezolanos se ocupan en trabajos informales de vendedores, vigilantes, repartidores de agua o en la limpieza. Así esperan pagar sus gastos, la renta, la comida, incluso comprar el boleto para seguir al norte.
 
 En el "Erizo Loco", un restaurante típico del mercado de mariscos de la Nueva Viga, tres haitianos laboran en la preparación de alimentos; los cocteles y la mojarra frita son su fuerte.
 
 Ellos son parte de un centenar de migrantes que lograron un empleo temporal en la Central de Abastos en lo que reúnen documentos y dinero para llegar a la frontera norte.
 
 "Tenemos dos meses acá (en La Nueva Viga), nos enseñaron a preparar los alimentos, ahora yo cocino sola", dice con alegría Mari Elta, de 25 años.
 
 Junto con sus amigos Juliana y Robinson, la mujer huyó de su país por la extrema violencia que azota al distrito de Carrefour-Feuilles de Puerto Príncipe.
 
 "Peleas entre grupos", masculla Robinson.
 
 "En México tenemos cuatro meses, ya nos adaptamos a trabajar en lo que sea, pero sí, queremos ir a la frontera, a Estados Unidos, yo estuve en República Dominicana como 8 años, pero (Estados Unidos) es el destino final", reconoce Juliana.
 
 Los migrantes, principalmente haitianos y venezolanos, se pasan la voz para solicitar trabajo en la Central de Abastos.
 
 "Ellos llegan a pedir trabajo, en algunos casos el idioma es difícil, se les complica, pero les damos trabajo aunque no sepan hablar español porque generalmente sus compañeros nos hacen la traducción, la mayoría es haitiano y venezolano, pocos brasileños", acota Rogelio Hernández Villegas, director de Relaciones Públicas en La Nueva Viga y chef de "El Erizo Loco".
 
 El sueldo de los migrantes es de 300 pesos diarios más sus alimentos, además un alojo provisional en bodegas a quien lo desee.
 
 El trabajo dura en lo que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) les autoriza el asilo, y así poder partir a la frontera sin el temor de ser deportados.
 
 "Algunos están en el trabajo tres meses, no más, están a la espera de su cita (en la Comar), y si todo sale bien, se van luego luego, porque tienen como 20 días para llegar a la frontera con el documento e intentar pasar (a Estados Unidos)", añade Hernández, quien agradece a los haitianos que le hayan preparado sancocho durante su estancia.
 
 En el Andén "D", los haitianos trabajan en la descarga de pescados y mariscos. La mayoría atiende a las señales de sus patrones y con una muestra de lo que debe hacer.
 
 "No pelan camarones ni trabajan con los pescados porque no tienen la maña y se tardan mucho, lo que hacen bien es transportar los congelados, se llevan bien con los compañeros de aquí o los venezolanos, se la pasan riendo", señala "La Güera", una de las locatarias.
 
 Taiwson, otro haitiano, fue empleado para la descarga de almeja y camarones de los camiones.
 
 Le dicen "El Tyson", pero eso no le molesta, aunque batalla con la prisa de sus patrones para descargar los congelados.
 
 "Cada minuto cuenta, me dicen, el producto no debe tardar en ser colocado (exhibido), porque no lo compran, entre más pasa el tiempo", manotea entre bromas.
 
 Junto con su compañero Diemete, Taiwson también escapó de los enfrentamientos entre pandillas de su país.
 
 "Muchos tiroteos y peligro", resume.
 
 Emmanuel González, de 37 años, es un venezolano que primero pasó por Chile, dice que su meta es juntar para el pasaje de avión que lo lleve a Ciudad Juárez.
 
 "Estuve tres años viviendo en Chile, trabajando de seguridad allá, hice mi 'platica' (dinero) y me vine para acá a México, estoy tratando ahora de ahorrar para irme para la frontera y seguir intentando cruzar, la meta es la frontera norte", comenta.
Informalidad: una segunda oportunidadBexi, una venezolana de 39 años, nunca imaginó conocer México, porque nunca pensó que se iría de su país. Ahora vende ropa a unos metros del Zócalo, donde le pagan 2 mil pesos la semana, más algún bono de 250 o una playera.
 
 "Hasta donde tengo entendido, a los mexicanos les pagan menos porque ellos tienen todos los beneficios, y pienso que me va bien porque en el hotel donde me quedo estaba una colombiana y ella trabajaba todos los días sin ningún día libre y le pagaban mil 700 en un restaurante", dice.
 
 Salió tres meses atrás de La Guaira, en la costa norte de Venezuela, cuando su local de comida fue destruido para levantar un deportivo playero. Llegó hace dos meses a la CDMX, donde otra venezolana la recomendó para la tienda de ropa, y repite que le va muy bien.
 
 Los mexicanos suelen preguntarle de dónde es y desearle suerte, salvo una ocasión en que una mujer se retiró de su asiento del Metro para no estar a su lado.
 
 "Pareciera que tuviéramos un cartelón en la frente que dijera que somos migrantes, pero normal, porque en todos los países habemos personas buenas y personas malas", señala.
 
 Sus amigos que llegaron con ella ya se adelantaron a la frontera con Estados Unidos para entregarse, pero ella confía en que pronto salga su cita en la aplicación CBP One. Mientras espera, paga un cuarto de hotel con otros venezolanos en Isabel La Católica, cerca de donde trabaja, por mil 550 pesos a la semana.
 
 Estira el salario todo lo que puede y cuando no le alcanza, su madre le envía desde Venezuela algo para completar.
 
 "En Venezuela estábamos bien, gracias a Dios, pero con los problemas del Gobierno y todas esas cosas, de verdad que... Ahorita es imposible", agrega.
 
 Bexi dice que recuerda todo de Venezuela.
 
 "Todo, mi mamá, mi hermano, mis sobrinas, mi papá, todos se quedaron", cuenta, y se quita la cadenita de corazoncitos dorados de sus lentes para limpiarse las lágrimas.
 
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 "Para mí todos los mexicanos son gente buena onda. Amables, todos me saludan. ¿Cómo te llamas? ¿De dónde vienes? ¿Eres de Haití? Me siento feliz, un saludo por los mexicanos", dice Peterson Abbrir, un haitiano de 24 años, rastas y gorra como cantante de reggae, a bordo de su triciclo donde lleva garrafones.
 
 Llegó en noviembre a México y desde hace un mes recorre las calles de la Colonia Guerrero repartiendo agua purificada por 250 pesos al día. Aunque con las propinas dice que saca entre 300 y 500 pesos y ya todos lo ubican. Mientras, espera que le den una cita en Estados Unidos para solicitar asilo.
 
 Peterson luce contento, a pesar de que algunas veces los clientes mayores se desesperan y le gritan porque no entienden su español.
 
 "Me dice 'vete, vete, no quiere agua', solamente eso", narra.
 
 Pero recuerda que era peor en República Dominicana, donde llegó hace tres años. La policía lo paraba por cualquier cosa, lo extorsionaba o lo metía preso hasta que pagara. Allá trabajaba en una bodega de autopartes que llegaban de Estados Unidos.
 
 "Ellos están como muy racistas, ellos no respetan a los haitianos, abusan todos los días", comenta.
 
 Quiere llegar al norte porque le gusta Estados Unidos.
 
 De vez en cuando, una hermano que está en Chile y una hermana que ya vive en Estados Unidos le mandan dinero para completar sus gastos. La renta de 2 mil 500 mensuales en la Guerrero y la comida. Los domingos, cuando descansa de su empleo temporal, le gusta ir al mercado, comprar arroz y "alubias" porque le gusta cocinar.
 
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 Con su aspecto de tímido, Baby Ceance, un haitiano de 37 años, vigila la puerta de una tienda de ropa sobre Pino Suárez, en el Centro Histórico. A los que entran debe pedirles sus bolsas para que no pasen; a los que salen, revisarles el ticket. Cuando sale a comer, en una plaza del Metro, platica con otros haitianos sobre el tiempo que llevan en la Ciudad de México.
 
 "Les pregunto, ¿cuánto tiempo tienes aquí? Él dice que tiene cuatro, tiene cinco meses y no sale, no sale todavía", relata.
 
 Llegó a la Ciudad de México el 1 de diciembre y una semana después, su hermano, que llegó antes con su esposa, lo recomendó para esta tienda de ropa barata, donde le pagan 2 mil 630 pesos semanales.
 
 Cada día, excepto una vez entre semana, va y viene hasta Chimalhuacán, al oriente del Valle de México. En un viaje en Metro y microbús que le llega a ocupar hasta una hora y media.
 
 "En Chimalhuacán muchos haitianos viven allá, aquí pasan muchos, hay muchos que están trabajando también", dice.
 
 Ha intentado huir dos veces de su país, el más pobre de América Latina. La primera vez llegó a República Dominicana, donde trabajó en la construcción y luego hasta Estados Unidos, pero en 2021 fue deportado. Recuerda que lo encontró peor. Ese año, el presidente Jovenel Moïse fue asesinado y un sismo dejó más de 2 mil muertos y 136 mil edificios destruidos. Ceance se fue a Chile y luego llegó a México.
 
 Desde diciembre espera que le den una cita para pedir asilo y reunirse con sus tíos y otro hermano. Mientras tanto vigila y ahorra.
 
 "Bien, un poquito bien me va. No pasa nada, está todo bien", responde en un español balbuceante. "Tengo que guardar para la casa, tengo que tener para comprar pasajes cuando salga la cita", agrega.