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El coche de baterías es un callejón sin salida: el hidrógeno es el futuro

El Confidencial | 15/12/2023 | 14:56

Elon Musk acaba de admitir que la industria del coche eléctrico es inviable. Si no desarrollan antes nuevas baterías que eliminen la dependencia de metales escasos como el litio, que se agotará en 2040 al ritmo de fabricación actual. Nuevas baterías que son ahora mismo una quimera, lejos de convertirse en realidad industrial. La alternativa real es la que proponen otros fabricantes, como el gigante Toyota, BMW y ahora Alpine, que acaba de lanzar este espectacular 'supercar' con motor de hidrógeno que parece salido de Blade Runner.
 
Desgraciadamente, el nuevo Alpine A4810 es sólo un prototipo que nunca saldrá de una fábrica. Fue diseñado por encargo de la marca francesa a 28 estudiantes de máster en el Instituo de Diseño de Turín, Italia: "Interpretar los códigos de diseño de la marca Alpine y trasladarlos al futuro diseñando la 'super berlina' de 2035. El supercoche biplaza tendrá que ser tan deportivo como ecológico. Estará propulsado por hidrógeno y deberá encarnar el espíritu de los coches Alpine: ligereza, deportividad, placer de conducción. Tenéis cinco meses".
 
 
Un ejercicio con un propósito real
Pero aunque el Alpine A4810 no será producido, sirve un propósito real aparte del bombo y platillo que se puede dar la marca francesa: la idea de que un fabricante de deportivos apueste por el hidrógeno en la presentación de un coche en vez de presentar otro prototipo de baterías más es un mensaje en sí mismo. Los coches de baterías — a no ser que San Musk se saque de la manga una batería imposible antes de que sea demasiado tarde — no conducen a ninguna parte. Sólo al abismo.
 
 
Aunque Musk ya ha admitido que su actual estrategia es insostenible — algo que también ha denunciado el consejero delegado de BMW Oliver Zipse. Acelerar la eliminación de los coches de gasolina para reemplazarlos por eléctricos por decreto político es un gran error, tanto económico como medioambiental. Como ya dije anterioremente, dejando de lado ideologías y fanatismos de uno y otro lado, hay razones objetivas para parar la histeria política hacia el coche eléctrico y realizar una transición ordenada, basada en los datos, la eficiencia y la economía de las clases medias.
 
 
A pesar de la histeria del coche eléctrico de baterías, promovida ahora por políticos que se quieren subir al carro de la moda, parece que el gran secreto murmurado a voces en la industria del automóvil es que esta transición es imposible de realizar con nuestra tecnología actual, como denunció Zipse y ahora admite Musk.
 
 
Una tecnología actual que no ofrece un beneficio real claro sobre los coches de gasolina de última generación, como apunta la sueca Volvo: construir un coche eléctrico contamina un 70% más que el mismo modelo de gasolina. Es una diferencia gigantesca que se recupera durante toda la vida útil del primero, si el origen de la electricidad es renovable. Si no lo es, la teórica ventaja verde del eléctrico se elimina casi por completo.
 
 
Y esto es sin contar con factores como la vida limitada de las baterías — que deben ser reemplazadas cada cinco o siete años, incurriendo en otros 70% de CO2 extra que no produce el eléctrico — su toxicidad — todavía no se reciclan como deberían para evitar su huella medioambiental — o lo que ahora admite Musk y denunciaban los geólogos y científicos: el litio se agotará por completo en el 2040. A partir de 2100 la industria colapsará por completo incluso reciclando el 100% del litio ya utilizado.
 
Menos fantasía, más soluciones reales
Así que, aunque nunca veremos a Fernando Alonso conducir un Alpine A4810, este coche llama la atención sobre el problema del coche eléctrico. Ni siquiera la industria se cree al trola actual de las baterías e imaginan un futuro en el que hasta los 'supercar' tengan motores de hidrógeno. Y sí, es verdad que el coche de hidrógeno todavía no está listo para su estreno por la falta de red de distribución comercial del combustible y un método para producir hidrógeno 100% verde más barato que el coste de la electricidad. Pero esos dos factores se están solucionando a pasos agigantados y parece que sería más lógico invertir en resolverlos ya que en luchar con las leyes de la física y fantasear con baterías mágicas que no terminan de salir del laboratorio.
 
Es una pena que el mercado — o los políticos — apuesten por lo fácil y supuestamente barato a pesar de las claras deficiencias y su coste real a largo plazo. Como sucedió con la adopción del petróleo o la cancelación de las centrales nucleares, estamos otra vez desnudando a un santo para vestir a otro.