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Fagofobia, cuando el miedo a tragar te impide comer

Un temor irracional a ingerir cualquier tipo de alimento puede convertir la vida cotidiana de muchas personas en un auténtico suplicio. Gran parte de ellas son niños y adolescentes

Cómo explicar a tu entorno más cercano que, desde hace un tiempo, tragar cualquier alimento te produce una sensación tan desagradable que es difícil de soportar. Algo que si ya de por sí es complicado entre adultos, aún lo es mucho más cuando esta fobia se diagnostica en un niño.
 
Este trastorno de la conducta alimentaria se conoce como fagofobia y consiste "en el miedo irracional a ingerir tanto alimentos sólidos como líquidos, e incluso pastillas", sintetiza Cristóbal Rivera Mera, psicólogo especialista en trastornos alimentarios. Una patología, sin duda, preocupante, que afecta a muchas personas y que, sin embargo, es una de la afecciones psicológicas relacionadas con la alimentación menos conocidas.
 
Precisamente, ese desconocimiento generalizado hace que todavía hoy sea muy difícil averiguar su prevalencia real, tanto porque los afectados no saben lo que les sucede, como porque su entorno es incapaz de identificar el problema. "Actualmente, con los datos que disponemos sabemos que afecta más a mujeres que a hombres, y que cada vez hay más casos entre la población infantil", apunta el experto. Y añade: "El problema es que en los casos infanto-juveniles existen muchos errores por parte de los profesionales a la hora de dar el diagnóstico. Esto hace que en esas edades todavía sea más difícil conocer su verdadero alcance".
 
El estrés, un posible desencadenante
Aunque la causa más habitual es "haber vivido una situación previa de atragantamiento, ya sea en primera persona o presenciándola, en algunas ocasiones también puede ser consecuencia de una intervención médico-quirúrgica", aclara el experto.
 
 
Ahora bien, ahí no acaba la lista de posibles causas de la fagofobia. Según el psicólogo, hay un parte importante de los afectados que nunca ha tenido un evento traumático. En estos casos, "el origen podría estar ligado a problemas de ansiedad o fuentes de estrés vitales como una mudanza, un divorcio o un cambio de trabajo", subraya.
 
En el peor de los casos, depresión y desnutrición
La falta de conocimiento de los síntomas de la fagofobia hace que, en demasiadas ocasiones, el paciente tarde demasiado en acudir al especialista. En consecuencia, cuando lo hace, su vida cotidiana ya está muy alterada. Por ello, "es importante pedir ayuda a un especialista cuanto antes para que la sintomatología sea lo menos acusada posible y evitar así las interferencias en la cotidianeidad del paciente", aconseja Rivera.
 
Cuando la persona llega a la consulta, "encontramos sobre todo una elevada ansiedad, llegando a ataques de pánico en muchas ocasiones". Este es el principal síntoma. Ahora bien, no es el único. Así resume el experto a grandes rasgos los síntomas y consecuencias asociadas a la fagofobia: "El paciente presenta conductas de evitación. Trata de no afrontar momentos relacionados con ingerir, lo cual, en última instancia, puede derivar en pérdida de peso excesiva e incluso desnutrición".
 
La vida cotidiana de las personas con fagofobia cada vez se ve más limitada, ya que "ingerir es una actividad que hacemos varias veces al día, por lo que la respuesta de ansiedad reiterada hace que en muchas ocasiones su vida se vea muy afectada", aclara. Otro síntoma es "la presencia de pensamientos intrusivos en torno a la idea de muerte y tensión muscular", agrega.
 
Por otro lado, cuando la fobia perdura en el tiempo, unido a los síntomas de la ansiedad, "encontramos sintomatología depresiva, es decir, estado de ánimo bajo, falta de energía, renuncia a disfrutar de actividades de las que antes se disfrutaba...".
 
El desconocimiento juega en contra del paciente
Cuanto más tiempo pase desde la aparición de las primeras señales hasta el inicio de la terapia, mayor será la gravedad de los síntomas. "Recordemos que este trastorno afecta tanto a la esfera personal como a la social de las personas que lo sufren. Además, a nivel físico, reduce la calidad del sueño y puede llegar a provocar desnutrición, por lo que acortar los tiempos puede resultar esencial para que la afectación no continúe", advierte Rivera.
 
Antes de llegar a las peores consecuencias, hay varios tratamientos disponibles. Todos ellos han de ajustarse a cada persona atendiendo a su edad, pero también "a otras características como, por ejemplo, los rasgos de personalidad y si existen además otras psicopatologías", apunta el experto.
 
En cualquier caso, independientemente del enfoque de tratamiento, el psicólogo hace especial hincapié en que la persona conozca los detalles de su fobia, ya que "esto hace que se sienta empoderada", remarca. Además, "muchos pacientes -añade- han llegado con diagnósticos erróneos de anorexia, o incluso muchos niños han sido señalados como 'rebeldes'. Por lo que tener información veraz es de vital importancia".
 
Los niños nos se curan igual
Existe una clara diferencia entre la fagofobia diagnosticada en adultos y la que se da entre los niños. Tanto es así que se han desarrollado tratamientos específicos para cada colectivo. "En el caso de los niños, la participación de la familia es esencial; por lo tanto, los profesionales han de atender las dudas que plantean los padres y su entorno más cercano, y explicar los pasos a seguir durante todo el proceso", señala.
 
 
Más allá de la distinción de los tratamientos en función de la edad, el experto destaca la eficacia de aplicar una exposición gradual a situaciones temidas por el paciente y relacionadas con la comida, así como la práctica de técnicas de relajación muscular.
 
Un tratamiento que está teniendo bastante respaldo es el que se conoce como EMDR (Eye Movement Desensitization and Reprocessing; es decir, desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares). "Parece ser especialmente efectivo en los casos donde la fagofobia es causada por un evento traumático", sostiene el experto.
 
Otra vía es el abordaje de las sensaciones corporales, especialmente las de la garganta y el cuello, ya que suelen percibirse como algo desagradable. "Es importante prestar atención a las señales del cuerpo y lograr relajarlo. La idea es que el paciente reevalúe lo que le sucede y lo identifique como una situación no peligrosa", asevera.
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