José Luis Solís Barragán | 17/11/2023 | 17:37
Desde hace algunas décadas la mayoría de los sistemas políticos del mundo, atraviesan una seria crisis de representatividad, lo que necesariamente incide en una falta de legitimidad de la clase política y las instituciones que ellos encabezan.
No son pocos los ciudadanos que consideran que la democracia es un bien que puede sacrificarse en aras de dar solución real a los problemas cotidianos, lo que se implica un alto grado de ingobernabilidad y con ello una mayor crisis de las democracias liberales.
La crisis de representatividad se agrava si se considera que los modelos de comunicación política han presentado al ciudadano como un simple espectador de la faena electoral; de ser el centro de la democracia, se convierte solamente en una cifra más, en un voto que se pretende cautivar.
La gran parte de la clase política no sabe comunicarse, ni conectar con el ciudadano, son dos elementos inconexos de la democracia y con ello se resta calidad a la misma; si a esto sumamos un sistema de comunicación política en decadencia, es claro que el ciudadano cada vez tiene menos posibilidades de elegir de forma asertiva a sus gobernantes.
Nuestro modelo de comunicación política se basa en breves spots publicitarios, en los que los políticos tratan de vender una propuesta, al puro estilo de la publicidad engañosa de productos mágicos que se anuncian en los medios de comunicación, en menos de 30 segundos, se pretende que el ciudadano vislumbre con seriedad, las opciones políticas que se están ofertando.
Además de la poca calidad del mensaje que se pretenden transmitir y las limitaciones del tiempo, nos encontramos ante dos elementos que empeoran el problema, el primero de ellos es el fastidio con el que el ciudadano ve el desarrollo de las elecciones, ante la saturación del mensaje; y el segundo, es la falta de interés del ciudadano en los asuntos públicos, esto último con la agravante de los altos índices de pobreza.
Si a todas estas situaciones de crisis, sumamos que la clase política para este proceso electoral decidió sepultar toda legislación en la materia y fijar con ello reglas improvisadas y a contentillo de los jugadores, es claro que el sistema político carga una pesada loza, lo que implicará en un futuro un nuevo pacto fundacional que estabilice nuestra democracia.
Este fin de semana se formaliza el arranque las precampañas, y se debe ser enfático que sólo es una formalidad, ya que es evidente que tenemos años con actores políticos que han realizado campañas abiertas en busca de ser los beneficiarios de la sucesión presidencial, de las 9 gubernaturas e incluso de los espacios en los poderes legislativos y los ayuntamientos.
Sin embargo, meses de campaña siguen sin elevar la calidad del debate y las propuestas, que nos permita confrontar ideas y visiones de país, con la finalidad de estar en condiciones de valorar sobre la opción más pertinente para los tiempos que atraviesa nuestro México.
Nuestra democracia es sin duda un sistema político incipiente, es un modelo con muchos retos por delate y que los fantasmas del presente y el pasado atormentan y dejan la duda de regresiones o estancamiento ante una realidad en la que el ciudadano no es el centro de la representación política.
Estamos por arrancar un proceso electoral, y es claro que falta mucha cultura ciudadana, que nos permita entender que la democracia no es sólo acudir a la urna a votar, sino que es un proceso permanente que nos compromete a exigir cuentas a las autoridades y a consolidar mecanismos de control de poder.
Si en este país aplicáramos la democracia como la define el texto constitucional, es seguro que México sería más grande, más justo y equitativo; pero mientras sigamos sin evolucionar de una partidocracia a una verdadera representación de los ciudadanos, los poderes públicos se podrán renovar, pero sin importar los intereses del ciudadano, al final eso tan superfluo para la clase política, puede esperar un poco más.
@josesolisb