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La capilla del Rosario. El mar de oro de Puebla, en México

La Vanguardia | 07/11/2023 | 17:26

Heroica Puebla de Zaragoza es el nombre oficial de la relajante ciudad mexicana que todo el mundo conoce sencillamente por Puebla. A tan solo hora y media en coche de la capital del país, tiene como reclamo definitivo un ambiente mucho menos frenético y, sobre todo, una criminalidad menos acusada. De hecho, la ciudad se aparece a los turistas como un lugar seguro en el que no hay que estar mirando continuamente por encima del hombro para ver quién es el sospechoso que se acerca demasiado.
 
Además del asunto de la seguridad –nada baladí cuando se trata de México–, a Puebla hay que ir aunque solo sea para quedarse boquiabierto ante el mar de oro de la capilla del Rosario, en la iglesia de Santo Domingo. Se trata de un espacio construido en estilo barroco novohispano entre los años 1650 y 1690. Tomó cuatro décadas porque es un delirio de decoración. 
 
Al verla recién terminada, el monje Diego de Gorozpe la calificó como la octava maravilla del mundo
Para empezar, el oleaje de techos y paredes está cubierto de pan de oro de entre 21 y 24 quilates. La sensación de hallarse sumergido en el preciado metal es absoluta. Pero no es la única originalidad de esa capilla: hay una imagen en el coro representando a Dios padre –se le conoce por tener las manos abiertas–, algo muy poco usual en las iglesias católicas. Está rodeado por una orquesta de angelitos con las facciones de niños indígenas.
 
Dicen los expertos que, además de la pureza del oro utilizado en el revestimiento, la capilla no ha dejado de brillar en sus más de tres siglos de existencia porque se mezcló con cobre y porque las técnicas empleadas para fijarlo favorecen que no se ennegrezca. Se usaron miel, clara de huevo, leche y jugos de áloe y nopal.
 
Las olas que se forman en las paredes y el techo de la capilla no son imaginación del visitante, sino que hacen referencia a que la Virgen del Rosario es la patrona de los navegantes. De hecho, pueden admirarse motivos decorativos que remiten al mundo oceánico, como delfines, sirenas (aunque sean una blasfemia), conchas o peces. Al parecer, la Virgen del Rosario se apareció sobre las aguas durante la batalla de Lepanto en que cristianos y musulmanes combatían. Estaba allí Miguel de Cervantes, aunque no hizo referencia a haber visto el milagro, tal vez ocupado en la herida de bala que le dejaría la mano izquierda inservible.
 
Al verla recién terminada, el monje Diego de Gorozpe la calificó como la octava maravilla del mundo, y durante décadas fue llamada en Puebla la Casa del Oro, hasta que advirtieron que estaban poniendo al vil metal por delante de su función religiosa y el apodo cayó en desuso. En 1987 la Unesco declaró esta capilla patrimonio de la humanidad, y el papa Juan Pablo II, cuando la visitó, la llamó “el relicario de América”.
 
Aun llevándose todo el protagonismo, la capilla del Rosario es solo una parte de la también apabullante iglesia de Santo Domingo, hermosa por fuera con sus colores grana y blanco decorando fachadas y campanarios. Pero el espectáculo barroco se multiplica por mil al penetrar en el interior. El templo está en la Avenida 5 de Mayo, a tan solo dos travesías del Zócalo poblano, el epicentro de la vida de la ciudad. Puebla se halla a 135 kilómetros al sureste de Ciudad de México.