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La realidad paralela

José Luis Solís Barragán | 03/11/2023 | 20:14

Andrés Manuel López Obrador es quizás en las últimas décadas, el presidente que mejor ha manejado la comunicación política con la ciudadanía, más de una década recorriendo el país y generando cercanía con la población, han sido una importante plataforma que no sólo le garantizó su triunfo electoral, sino que lo dotó de una legitimidad sin precedentes en la vida democrática.

El Presidente desde el inicio imprimió su estilo personal de gobernar, creó sus propios mecanismos de comunicación y se adueñó incluso desde antes de tomar el poder, de la agenda pública y monopolizó los temas de la misma, cinco años muestran una efectividad considerable en sus objetivos.

El titular del Poder Ejecutivo se convirtió el centro de la discusión, en el ente de monopoliza los temas y hace girar la atención en un sentido o en otro e incluso en muchos momentos llegó a controlar el ritmo de los temas que se abordaban.

Las mañaneras han sido sin duda alguna la herramienta central de la estrategia lopezobradorista, mecanismo que utilizó desde que ocupó la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal, sin embargo, su estilo, debe partir de una premisa: “siempre debe existir un enemigo a vencer”.

La mañanera es el pulpito que garantiza al presidente plantear y reafirmar su narrativa, desde ahí se dibuja una realidad paralela que solo se sustenta en lo que algunos llaman: “la dictadura de los otros datos”, pero también es el escenario que pretende sustituir la propia acción de gobernar.

La mañanera en un inicio se percibió como una plataforma democrática interesante, desmontaba las barreras entre el Poder y los medios de comunicación, sin embargo, al poco tiempo quedó claro que no es una forma en que se materialice la rendición de cuentas, por lo que su única función es garantizar el monopolio de la agenda.

Sólo en pocos momentos el presidente ha llegado a perder la narrativa de su ejercicio del poder, desastres naturales, por momento durante la pandemia del COVID-19, casos muy concretos como el error de Culiacán, acontecimientos de seguridad que rebasan sus propios datos, fracasos administrativos, legislativos y ante la reaparición de la Corte como parte del sistema de pesos y contrapesos.

Pese a que en muchas ocasiones la perdida de la narrativa descoloca al presidente y su estilo, siempre ha logrado centrar la agenda a su gusto con el paso de los días, incluso podríamos decir que la legitimidad democrática que goza, le blindó de un material que permite que pese a tener en ocasiones mala percepción en su papel de gobernante, ello no refleje una pérdida de aprobación ciudadana.
Sin embargo, la narrativa no cambia realidades, las desgracias no se borran por promesas realizadas o incluso buenas intenciones manifiestas, la realidad golpea fuerte y a los gobernantes puede incluso quitarles el humo que genera la autocomplacencia potencializada por sus empleados.

La realidad llega como balde de agua helada, despierta incluso en el sueño más profundo y con ello nos hace percibir aquello que quisimos olvidar; ante ella no hay mentiras, medias verdades o “interpretación” de los datos que valga como justificación para postergar el juicio sumario, la realidad es fría y no acepta paralelismos de autoconsuelo.

E Presidente López Obrador llega a la parte final de su sexenio con una cruda realidad, un Guerrero que a gritos pide ayuda a un Gobierno que fue omiso en su papel de prevención del desastre, pero también en la ejecución de planes de ayuda para atender contingencias y sobre todo a mostrar cercanía con aquellos que más necesitan.

El desastre en Guerrero no es una realidad paralela, es aquella que como muchas partes del país se pretendió mejor voltear para otro lado, hoy el Gobierno no puede crear “otros” datos o incluso creer que la narrativa y las promesas alcanzan a los damnificados, hoy las víctimas de Otis, no quieren a un López Obrador haciendo política, sino, ejerciendo su Gobierno.

Hoy Guerrero es nuestra realidad, hoy Guerrero necesita más que simple esperanza para ponerse de pie; para desgracia de todos lo apremiante es Guerrero, pero el país ya no merece que se construyan escenarios lejanos a una realidad que por más que queramos postergar, algún día nos despertará y nos hará pagar la factura que por años decidimos acumular.

La realidad paralela sólo es un imaginario, el gobernar requiere datos duros, el querer seguir viviendo esa utopía de país perfecto que todos quisiéramos, sólo margina más a los grupos vulnerables, porque la imaginación sacrifica la ciencia de crear verdaderas políticas públicas.

Para hacer realidad el lema: “por el bien de todos, primero los pobres”, o vemos la cruda realidad o el sexenio pasará como ese ladrón de esperanzas que cambió todo, para no cambiar nada.