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Los sismos que sacundieron al país

José Luis Solís Barragán | 24/09/2023 | 00:05

La tragedia, siempre es dolorosa, pero a toro pasado, es sin duda un gran momento de crecimiento y aprendizaje; de toda caída, siempre debe seguir el ponernos de pie, y un país tan grande como México no es la excepción de estas afirmaciones.

En nuestro país, hemos transitado por un régimen de simulación democrática, que, en los términos de Javier Said, la corrupción era el sistema mismo; y a ello se suma un estatismo exacerbante, que pretendía apagar todo destello de una ciudadanía activa.

El sistema político postrevolucionario se cimentó piedra sobre piedra, en una estructura presidencialista, solidificada por una cubierta de masas y sectores sociales que era adornada con la legitimidad que brindaba la hegemonía discursiva de la justicia social; esta mezcla sin duda alguna logró una edificación sólida, pero con el paso de los años su rigidez, impidió la atención de los problemas públicos.

México con su presidencialismo pretendió controlar enfermedades y a la economía por Decreto del Ejecutivo, sin duda frenó demandas sociales, al tiempo que lograba cambios de la estructura y superestructura del país, que serían de costos inimaginables en regímenes democráticos; pero la naturaleza no entiende de gobiernos, ni de partidos oficiales.

El 19 de marzo de 1985 un sismo de más de 8 grados en es cala de Richter, sacudió a nuestro país, generado daños incalculables que van desde vidas humanas con estimaciones oficiales que parecen absurdas, hasta edificaciones que cayeron, convirtiendo la capital del país, en una verdadera zona de desastre.

El acontecimiento destruyó una ciudad, pero también mostro la incapacidad del gobierno para atender la magnitud del problema, un Estado que aparentaba ser robusto, fue reumático para ayudar a una sociedad que se encontraba devastada; y ante la parálisis gubernamental, por fin despertó la sociedad.

La gente salió a las calles, ayudó cuanto pudo, horas y horas de trabajo para rescatar a los suyos y a todo aquel que lo necesitara, la sociedad sustituyó al Gobierno; y cuando las autoridades comenzaron a salir, era demasiado tarde para querer ser el centro del rescate.

La Ciudad de México fue reconstruida, pero hasta la fecha, el Partido Revolucionario Institucional, no logra sobreponerse de las lápidas que la sociedad le impuso, por la inactividad de sus gobernantes.

Veintidós años después, el 7 y 17 de septiembre, dos sismos sacudieron al país, el primero con daños preponderantemente en el sur del país, y el segundo nuevamente en el centro y con ello, en la capital de México.

Estos sismos mostraron nuevamente que la naturaleza superaba al sistema político, se desnudó la corrupción de las autoridades y en algunos casos incluso se palpaba las realidades paralelas que vivían la clase política y una sociedad volcada por el rescate de las personas atrapadas en los escombros.

Dos décadas permitieron que el país no viviera la tragedia en la misma magnitud, la sociedad se encontraba con un mayor grado de preparación, pero sin lugar a duda las autoridades mostraron nuevamente la falta de agilidad y con ello su propia incapacidad.

Los sismos de 1985 y 2017 golpearon a los partidos gobernantes, ello sin importar siglas y colores, pero sobre todo nos dejan de lección, que, para atender los problemas públicos, se requiere una sociedad activa y firme, porque las autoridades no tienen la capacidad de resolver por sí mismas, la problemática que aqueja a la sociedad.

La naturaleza nos ha mostrado en varias ocasiones, la pertinencia de la premisa de Manuel J. Clouthier: “tanta sociedad como sea posible y sólo tanto Gobierno como sea necesario” y ello implica necesariamente la consolidación democrática por medio de mecanismos de transparencia, participación ciudadana y rendición de cuentas y con ello una clima de gobernanza que coloque al Gobierno sólo eje coordinador y articulador, pero a la sociedad se le reconocer el papel fundamental de multiplicador de esfuerzos y legitimadora de las decisiones públicas.

Hace unos días conmemoramos a las víctimas de los sismos, pero la mejor forma de recordar la tragedia es cambiando la realidad que muestra una sociedad apática e indiferente de la vida pública, es aceptando nuestro papel como eje central de un sistema político que se sacudió desde el centro de la tierra, es tomando nuestro lugar como detentadores reales de la democracia.

Rousseau decía: “Cuando el ciudadano dice de la cosa pública ¿Qué me importa? el Estado está próximo a su ruina”, por ello en memoria de aquellas víctimas, es fundamental que la sociedad se involucre para evitar ser sometidos por la pasividad gubernamental, ante los grandes retos que vive nuestro país.