Al perdonar, nos estamos perdonando a nosotros mismos; porque solo así, será posible liberarnos del pasado.
Quien no perdona, tampoco vive; porque está atado, a un pasado que ya no existe.
El perdón es saludable. Porque, perdonando, es como podemos seguir viviendo. Ya que, vivir es un presente, en la esperanza de un mejor mañana.
El que perdona, se perdona a si mismo. Porque, sino hay perdón, el daño permanece en el ofendido.
Perdonando, es como se sana la herida que causó la ofensa.
Por bien de los demás, y también del nuestro, es muy sano, que perdonemos.
El que no perdona, tampoco se perdona; porque no acepta, el haber permitido que lo ofendieran.
Por eso, perdonar, es perdonarse; también, aceptar que nos equivocamos tanto como el que nos ofendió.
Aunque, no es tan fácil conceder el perdón. Por algo, se llama: “perfecto don”; porque es el don más grande, que podemos conceder al prójimo.
Pero, donde hay desquite, tampoco hay perdón, sino venganza. Y está, a nadie puede dejar en paz.
Para tener salud, es mejor perdonar siempre. Esa, fue la respuesta de Jesús, ante la pregunta de Pedro: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”. (Mt.18).
El perdón, tiene que ser pleno y total, es decir: siempre. El “siete”, es perfección; y significa, siempre.
Perdonar, es vivir. Porque una vida sin perdón, no es vida; es más bien, muerte, por estar atrapados en el ayer.
También, nos dice el libro del Siracide: “Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir salud al Señor? (Sir.27).
Cuando el pensamiento está contaminado, es imposible tener salud. Por eso, no le podemos pedir a Dios, lo que no estamos dispuestos a ofrecer.
Si queremos vivir sanos, hay que curar el alma. Porque, no puede haber salud, cuando el corazón está dañado.
Cuando pidamos salud, también pidamos la salud del alma. Porque para estar sanos, es necesario sanar el corazón.
Pbro. Lic. Salvador Glez. Vásquez.