Hace algunos años, la actriz Charlize Theron declaraba: “Soy una cobarde, no permito que ningún médico me ponga la mano encima si no me anestesian. Incluso cuando me limpian los dientes tienen que atontarme con gas antes”. Describía así su hematofobia, el temor intenso a ver sangre, sufrir una herida, recibir una inyección o una vacuna o someterse a un acto médico cruento.
Los afectados, un 4% de la población, reconocen su miedo como excesivo y evitan las situaciones que lo producen. Algunas pueden marearse, sentir náuseas y desmayarse ante la sola visión de la sangre, con el consiguiente riesgo de lesionarse gravemente por la caída. Esta reacción anómala, denominada síncope vasovagal, se observa entre el 25% y el 80% de los pacientes.
Una fobia puede definirse como un miedo irracional, agudo y persistente a una situación o un objeto que no supone una amenaza real para la integridad de la persona. Esta sensación va acompañada de una excesiva activación fisiológica, como aceleración del ritmo cardiaco y aumentos de la presión arterial, la frecuencia de la respiración (hiperventilación) o la sudoración.
En el caso de la hematofobia, el ritmo cardiaco no sólo no aumenta, sino que incluso puede disminuir moderadamente. También hay un descenso brusco y pronunciado de la presión arterial que disminuye el riego sanguíneo cerebral, causando el mareo y la pérdida de conciencia.
Es decir, los hematofóbicos parecen mostrar reacciones de defensa o protección de menos intensidad en las situaciones relacionadas con su miedo.
Otra diferencia es que las víctimas muestran una evitación pasiva del objeto, lo que se traduce en una menor actividad eléctrica cerebral al contemplar, una imagen relacionada con su miedo.
Los afectados no muestran un aumento de actividad en regiones cerebrales para desencadenar una reacción de defensa rápida, como la amígdala cerebral (una estructura con forma de nuez en el interior del lóbulo temporal), pero sí en otras áreas relacionadas al control de emociones.
La hematofobia aparece en la infancia, la sufren más las mujeres y parece atenuarse con la edad. También puede ir asociada a otros trastornos de ansiedad, y su severidad y el grado de angustia que provoca en los pacientes no suele diferir de lo que experimentan otros fóbicos.
A veces afecta a miembros de la misma familia y podría originarse por experiencias traumáticas o por observar a otras personas que la sufren. Puede interferir en las conductas de prevención de enfermedades y poner en riesgo la salud del hematofóbico y la de las personas. Por ejemplo, una proporción de quienes se negaron a vacunarse durante la epidemia de covid-19 la padecían.