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Los mejores cuadros de Paul Gauguin

El corredor de bolsa parisino que empezó a pintar en sus tiempos libres murió el 8 de mayo de 1903 en la isla de Atuona, en el archipiélago de las Marquesas, el edén que después de Tahití encontró en el Pacífico donde estaba el mundo que terminó de hacerle universal
 
La Calle Jouvenet en Ruán (1884)
Ruán era donde vivía soñando y sufriendo Madame Bovary. Allí también vivía Pissarro, el pintor real, Gauguin se trasladó a la ciudad cuando decidió dedicarse a la pintura a tiempo completo. Permaneció allí menos de un año y pintó 40 cuadros. Un poco de impresionismo con formas rectas hacen de esta pintura una obra primeriza y hermosa del pintor parisino, que tenía 35 años. Carmen Thyssen compró el cuadro en 1998.
 
El Cristo Amarillo (1889)
El cuadro sigue la técnica del cloisonné propia de las vidrieras. El amarillo del Cristo es como el de una talla. El rostro se parece al del propio Gauguin. Un Gauguin crucificado en la campiña en una composición pletórica de simbolismo. El hombre que huye saltando la valla, las campesinas en torno a la cruz, el paisaje otoñal del que dicen que fue una despedida del artista del mundo occidental.
 
Autorretrato con sombrero (1893)
Otra representación del autor en su transición existencial y continental. Según parece, el cuadro lo pintó en Tahití, pero él aparece en París rodeado de una serie de elementos que anuncian, como el retrato de una mujer tahitiana a la derecha de la imagen, el presente y el pasado. La cabeza girada hacia Tahití y la expresión satisfecha con el sombrero que le oculta al pasado.
 
¿Cuándo te casas? (1892)
Uno de los cuadros más caros de la historia del arte. Los colores vivos (como el del Cristo Amarillo) que representan una nueva concepción del arte porque no es lo que ve sino cómo lo siente. La perspectiva «descolocada», el mundo nuevo que le impulsa a expresarse de un modo distinto en la sencillez de las formas que es una superación, un hallazgo.
 
¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? (1897)
Otra vez los colores vivos, el amarillo de los cuerpos, pero también las sombras en los azules y verdes Los colores son emociones ya para el artista. En este cuadro (que Gauguin consideró su obra maestra) se muestran los ciclos de la vida en lo que parece una simple escena. El niño en un extremo y la anciana en el otro. El niño que duerme y la anciana que piensa, quizá dolorida o cansada. Una adolescente parece absorta mientras la figura central se muestra activa. Una deidad se yergue en la escena. Una mujer solitaria en el fondo, otras que hablan o parecen hablar en una especie de planicie que extraordinariamente no es tal.
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