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Tarantino llega a los 60 años

El Debate | 31/03/2023 | 15:56

No es difícil imaginar al adolescente Quentin Tarantino charlar con los clientes del videoclub en el que trabajaba como el estanquero Harvey Keitel, quizá el primero de sus actores fetiche, hablaba con los suyos en Smoke, aquella sencilla y deliciosa película de Wayne Wang con guion de Paul Auster. Casi había en ella un pedacito de La Trilogía de Nueva York. El joven Quentin trabajaba en Manhattan, pero no en la de la costa este de Estados Unidos sino en la playa del mismo nombre en Los Ángeles.
 
El Súpersonido de los 70
No es difícil imaginarle allí, pero sí es un poco más difícil imaginar que el joven Quentin cumple este lunes 60 años, como si fuera ayer cuando, metido en su propia película de debut, Reservoir Dogs, de la que se dijo que era el mejor filme independiente de la historia, contaba a sus compañeros delincuentes con apodos de colores y tratamiento de señores de qué trataba Like a Virgin de Madonna. Esa parte y la película completa ya es historia del cine, y entonces Quentin caminaba en ese comienzo fantástico, saliendo de desayunar con su traje negro junto a los demás, moviendo su cabeza a cámara lenta al ritmo del Little Green Bag de George Baker, la canción que nunca fue tan famosa como 21 años después de su estreno.
 
Sin quererlo, o queriéndolo, en esa película el genio moderno echó las bases de su cine como un niño coge su cajón de muñecos y lo vuelca para jugar en el suelo. Todos esos muñecos diseminados sin aparente orden, pero magistralmente elegidos asombraron al productor Lawrence Bender, quien montó una película rápida en lo que iba a ser un divertimento. Y del divertimento y la película rápida al éxito y a los premios. A Wayne Wang le escribió el guion de Smoke Paul Auster, pero Tarantino se los escribía el solo, como Los Beatles se escribían sus canciones. El de True Romance, por ejemplo, lo dirigió Tony Scott, el hermano de Ridley.
 
Una carrera antes de empezar
Y luego Quentin, treintañero, se puso a escribir Pulp Fiction, con la que alcanzó la cumbre cinematográfica al segundo intento. Él mismo dijo que no había ido a la escuela, sino al cine, y en todas esas sesiones, colonizado por ellas, ya tenía hecha una carrera antes de empezarla, cuando solo había que volcarla como el cajón de los muñecos. Globo de Oro, Palma de Oro y Oscar casi para comenzar. Y entre medias las canciones recuperadas, las perfectas apropiaciones y utilizaciones de una mente fílmica criminal, que sin embargo salvaba a viejas glorias para devolverles su novedad, que se lo pregunten a John Travolta, el actor magnífico a quien Tarantino rescató de su mediocridad como elector de papeles.
 
Tarantino ha sido un niño prodigio y un misionero del celuloide que escribe guiones que nadie ha escrito y pone canciones sobre ellos como nunca jamás nadie las ha puesto. Y eso ha sido lo que ha estado haciendo durante los últimos treinta años, como si fuera poco, a través de nueve películas (como los Nueve Cuentos de Salinger) que parecen pocas como pocos parecen los treinta años que ha tardado en hacerlas. Treinta más treinta son sesenta, el número que hace a Quentin Tarantino, el joven que empezó viendo películas de artes marciales y se las fue llevando, como arrastrándolas por todas partes, como todo lo demás, como si no tuviera una cámara sino una red de pescador cuyo contenido sigue poniendo sobre la cubierta de su barco: casi el arca de Noé de la cultura popular.