Muy Interesante | 03/02/2023 | 16:55
Hace casi cincuenta años, un científico de la Universidad de Sao Paulo, en Brasil, tuvo la idea de mejorar el rendimiento de las abejas. Quería obtener una especie nueva que produjera mucha miel y fuera resistente al clima de su tropical país.
Así que decidió cruzar ejemplares de abejas europeas, incansables productoras de miel, con abejas surafricanas que, gracias a millones de años de evolución, estaban perfectamente adaptadas a vivir en ambientes cálidos y húmedos. Después de mucho intentarlo nació el híbrido buscado: una nueva abeja rentable y resistente.
El asunto no hubiera sido grave si este experimento no hubiera salido fuera de las puertas del laboratorio. Un día, algunos ejemplares de las abejas africanas se escaparon de los recipientes donde se encontraban confinadas, entre ellos se hallaban algunas abejas reina.
El investigador brasileño se llamaba Warwick Estevam Kerr, y era un experto en la genética y la determinación del sexo de las abejas. La especie africana escogida por Kerr fue la Apis mellifera scutellata una de las especies más abundantes de abejas melíferas en el mundo. Se llevó a 47 abejas reinas africanas a Brasil.
Toma la miel y corre
Las colmenas que contenían esta subespecie africana se colocaron cerca de Río Claro, en el sureste de Brasil. Esta abeja es especialmente defensiva y para evitar cualquier interferencia Kerr había colocado unas pantallas especiales llamadas excluidoras de reinas. El uso habitual que se le da a esta rejilla es el de confinar a la reina en la cámara de cría, evitando que suba a los lugares (alzas) destinados a la producción de miel.
Esta rejilla actúa como un tamiz, de forma que las abejas obreras pueden pasar, pero confina a la reina y los zánganos en la cámara de cría situada justo debajo. De este modo la cosecha es más ágil, limpia y segura. Como añadido, la pantalla impide que las abejas reinas y los zánganos más grandes salgan y se apareen con la población local de abejas.
Pues bien, y según Kerr, en octubre de 1957, uno de los apicultores encargados del cuidado del colmenar, al notar que las excluidoras de reinas estaban interfiriendo con el movimiento de las abejas obreras, las quitó y 26 enjambres de Apis mellifera scutellata salieron volando.
La plaga se extiende por América
Desde entonces, los descendientes de estas colonias se han extendido por todo el continente americano, moviéndose a través de la cuenca del Amazonas en la década de 1970, cruzando a América Central en 1982 y llegando a México en 1985.
La posibilidad de que llegaran a Estados Unidos espoleó la mente de los norteamericanos a finales de la década de 1970 y desde entonces ha inspirado hasta trece películas de terror de serie B, de las que muy pocas se salvan de la quema, como “Abejas asesinas” (“Killer bees”) de 1974 o “Abejas asesinas” (“The swarm”) de 1978.
En el mundo real, las primeras abejas africanizadas se descubrieron en 1985 en un campo petrolero en el Valle de San Joaquín, en California. Los entomólogos en abejas teorizaron que la colonia no había viajado por tierra, sino que llegó escondida en el interior de unas tuberías de perforación enviadas desde Sudamérica.
En 1988 el periódico The New York Times publicaba la siguiente noticia: “Los Estados Unidos y México, en estrecha colaboración, han puesto a punto un plan para exterminar a las llamadas abejas asesinas, una especie extremadamente agresiva que se está difundiendo a alarmante velocidad en América y que, con su mortífero aguijón, ha acabado con la vida de varios miles de personas y un número indeterminado de cabezas de ganado”.
Pero las abejas no solo resistieron el envite, sino que continuaron su expansión. Las primeras colonias se instalaron en Texas llegadas de México en 1990; y comenzó su expansión a gran velocidad. Así, en Tucson (Arizona) un estudio realizado en 1994 encontró que solo el 15 % de las abejas se había africanizado; tres años más tarde la proporción había subido al 90 %.