Sábado 27 de Abril de 2024 | San Luis Potosí, S.L.P.

Y al despertar… el dinosaurio seguía ahí

José Luis Solís Barragán | 24/12/2022 | 11:55

Difícil es entender el sistema político mexicano sin el Partido Revolucionario Institucional, su origen es el aglutinamiento de organizaciones políticas locales que se sujetaban a un nuevo modelo de caudillo, es decir del líder carismático revolucionario transitamos al jefe de las Instituciones.

 

La estructura política del PRI permitió aglutinar por muchos años a una gran cantidad de sectores sociales, su disciplina vertical y su diseño garantizaron una estabilidad política que no se gozaba en América Latina, y eso mismo permitió transitar reformas “estructurales” que no hubieran podido darse de forma tersa sin los hilos conductores del Partido Oficial.

 

Sin embargo, el país desde finales de la década de los 60´s comenzó un proceso paulatino de cambio y el PRI pretendió adecuarse a las nuevas realidades, de Partido de Estado, se transitó a uno predominante, de ahí se permitió la transición democrática hasta concluir en la alternancia política que lo llevó a ser por primera vez en su historia un Partido de oposición.

 

El PRI no sólo cambió en su relación con el Gobierno y el recurso público, sino que también dejó los discursos nacionalistas heredados de la revolución y se impulsó una nueva visión económica y ello incluyó el ascenso de una nueva clase política.

 

El PRI vivió una relación tóxica con el Gobierno y de ahí le impusieron la llamada sana distancia del zedillismo, el foxismo temió la aniquilación del PRI y el partido buscó el amparo de los panistas, el calderonismo necesitó al tricolor para lograr la gobernabilidad que le negaba López Obrador; y el peñismo pretendió regresar a los esquemas decrépitos de obediencia vertical y de complicidad partido-Estado.

 

El PRI desde la oposición pregonó su capacidad de gobernar, ellos si sabían hacer política, se mostraban como aquellos que tenían “experiencia probada y actitud renovada”, así que Enrique Peña Nieto recibió el apoyo ante los fracasos monumentales de dos administraciones panistas.

 

Los nuevos priistas pronto mostraron efectividad, acordaron con las cúpulas, consiguieron el Pacto por México, pero sin darse cuenta habían dejado a los militantes de los institutos políticos completamente marginados, si bien las reformas alcanzadas traían beneficios consigo, su falta de socialización cobró muy alto costo por haber olvidado que nuestro país es más que sus acuerdos cupulares.

 

Los peñistas olvidaron los pequeños avances de democracia interna, intentaron revivir al dinosaurio, pero esta vez, solo era un monstruo reumático que alcanzaba a ganar elecciones, pero se distanciaba cada vez más de la ciudadanía.

 

La realidad golpeó a los priistas incluso antes del fin del gobierno de Enrique Peña Nieto y aún ahí apagaban todo intento de disidencia al interior, el Presidente se asumió como líder moral del partido y su caída generó el mismo efecto para el PRI.

 

Los peñistas perdieron la presidencia y el control del partido, la nueva dirigencia desperdició la oportunidad de generar conciencia de los fracasos y por fin aceptar que no había entendido que México había cambiado, pero una camarilla se hizo cargo del PRI y aquí nos encontramos con que el dinosaurio está muy lesionado, pero aquí sigue entre nosotros.

 

Alejandro Moreno es quizás el líder que el PRI merece, poco democrático, señalado de corrupto y sin capacidad de escuchar a su propia base por preferir los acuerdos cupulares, su intento por alargar su presidencia no es tan distinto a todo aquello antidemocrático que jura combatir.

 

Alito es un exponente más de aquella política arcaica que no quisiéramos ver regresar, es un dirigente que no entendió porque el repudió social del 2018 y sigue sin entender porque la gente no está dispuesta a darles una tercera oportunidad.

 

Pase lo que pase con la reforma estatutaria aprobada por Alito y sus cuates, es claro que no se piensa ir, ni por el bien del PRI, por lo que la lápida política del dirigente debe llevar el lema que tanto describía a los peñistas: “no entienden, que no entienden”.