La Amazonía brasileña perdió 11.568 kilómetros de cobertura vegetal entre agosto de 2021 y julio de 2022, una extensión en un 11,3 por ciento menor a la devastada en el año inmediatamente anterior, con lo que la deforestación registró su primera reducción desde la llegada al poder de Jair Bolsonaro.
De acuerdo con los datos divulgados este miércoles por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE, por sus siglas en portugués), la deforestación en el último año, fue la segunda más alta en los últimos 14 años, tan solo superada por la del período 2020-2021 (13.038 kilómetros cuadrados).
Los datos divulgados son del Proyecto de Monitoreo por Satélite de la Deforestación en la Amazonía (Prodes), una herramienta que mide la devastación anual mediante el análisis de imágenes de satélite y que tiene un grado de confianza muy superior al del sistema Deter, que el INPE usa para medir mensualmente la tala.
De acuerdo con cálculos del Observatorio del Clima, una red que reúne a varios grupos ecologistas, incluyendo internacionales como Greenpeace y WWF, la deforestación promedio en el cuatrienio de Bolsonaro fue de 11.396 kilómetros cuadrados al año, con un salto del 59,5 por ciento frente a los cuatro años anteriores.
Según esta red, pese a la reducción en el último año, los índices de deforestación siguen muy elevados, especialmente en momentos en que los científicos alertan de que la destrucción de la Amazonía está llegando a un punto de no retorno.
Los ecologistas atribuyen el aumento de la devastación de la mayor selva tropical del mundo a la retórica antiambientalista del líder ultraderechista, que desmontó los organismos de vigilancia, flexibilizó la legislación y defendió la explotación económica de la Amazonía incluso en reservas indígenas.
El deforestación cayó desde el promedio de 21.617 kilómetros al año en el primer Gobierno de Lula (2003-2006), cuando el líder progresista comenzó a adoptar medidas de protección ambiental, hasta 5.473 kilómetros al año en el primer mandato de Dilma Rousseff (2011-2014), pero creció en la gestión de Michel Temer (2016-2018) y se disparó en la de Bolsonaro.
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