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Carmen Montejo, una actriz poderosa, inteligente y sensible

Carmen Montejo es cubana, tiene 85 años de edad y una lucidez plena, además es una actriz inteligente, poderosa y sensible.

Carmen Montejo (Pinar del Río, Cuba, 1925) tiene 85 años de edad y una lucidez plena, además es una actriz inteligente, poderosa y sensible.

María Teresa Sánchez González, el verdadero nombre de la actriz, vive en el piso 12 de un edificio de Polanco, en la ciudad de México, donde a las cinco de la tarde penetra una conmovedora luz otoñal. Parece verdad aquello de que en un día claro se ve hasta siempre, porque ella es capaz de visualizarse a los 11 años de edad como alumna de expresión corporal en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, donde había dos figuras: el maestro Nicolai Yavorski y una alumna de 15 años que ya pintaba para convertirse en diva internacional en otro quehacer artístico, Alicia Alonso.

A Yavorski lo recuerda como el hombre que le enseñó a buscar en la actuación algo que se llama “naturalidad”. Y de su amiga Alicia dice: “Bailaba de maravilla desde antes de cumplir 10 años; su madre se la llevó a Nueva York para que estudiara y triunfó rotundamente. Volvió a Cuba y se enamoró de la Revolución, como muchos otros”.

Cuando KIOSKO de EL UNIVERSAL le pregunta su opinión acera de Fidel Castro, dice que hay dos cosas de las que no le gusta hablar: “ni de política ni de mi vida privada”. Por eso mismo es tan bueno el libro de Jesús Piedra, “Carmen Montejo, una mujer alta” (Escenología/Conaculta), que mañana lunes se presenta en la Cineteca Nacional, ya que a él sí le platicó de esos temas.

De política: “Tengo que aceptar que al principio toda Cuba, incluida yo, estábamos con Fidel. La cosa se puso después demasiado fea. A Fidel se le subió a la cabeza el poder. No creo que en donde haya tanto deseo de poder, pueda haber un poquito de amor. Ni siquiera saben qué cosa es eso”.

De su vida privada: “Tomé todo ese día y toda la noche hasta que me caí. Llegué a tener alucinaciones. Llamé a mi confesor y le dije: Padre, por favor, ayúdeme”. Y le cuenta que una vez tomó alcohol del 96 sin refresco, que una parte del líquido le escurrió por la cara, y al prender un cigarro se convirtió en una antorcha humana. La solución llegó con los doce pasos de Alcohólicos Anónimos.

También le confiesa que fue novia de Ernesto Alonso (“de manita sudada”), y que el padre de su hija María era celoso, aunque él tenía otras mujeres ocultas en su vida.
El ABC de la actuación

Además del libro “Carmen Montejo, una mujer alta”, también se presenta una reedición de “Manual y método sencillos de actuación”, que ella misma publicó en 1986 bajo el sello Jus. Le pedimos que señale cuál es el ABC de la actuación y contesta: “Lo más importante en el teatro es la voz, con impostación plena y dicción perfecta; luego viene la expresión corporal, que refleja todo aquello que ya has asimilado de la psicología del personaje. Cada uno de los movimientos dice algo, incluso con un dedito”.

Sobre los actores que crecen en la tele sin pisar las tablas, dice: “Es cuestión de que pasen algunos años y que ellos vean sus trabajos; terminarán dándose de topes al descubrir sus fallas”. Está convencida de que los buenos actores han nacido con un don otorgado por Dios, y deben cultivarlo.

Quien pasará a la historia gracias a su trabajo en obras como “Bodas de sangre”, “¿Quién teme a Virginia Woolf?” y “Tres mujeres altas” (de donde surge el título de sus memorias), habla maravillas de Virginia Fábregas: “No hay nada que se haga en el teatro que antes no lo haya hecho ella”.

Sobre el proyecto de cerrar su carrera con la obra “Los árboles mueren de pie2, dice: “A pesar de mis achaques, creo que sí podría hacerla, pero no debo abusar de mi salud; el principal deber de un actor es estar sano”.

Afirma que a Benito Coquet, fundador del sistema de teatros del IMSS, no se le ha valorado bien, y que el Estado debe financiar obras “dejando que los que sabemos hacerlo lo hagamos a nuestro modo; más sabe el diablo por viejo, que por diablo”.

Le decimos que el Teatro Tepeyac/Carmen Montejo debería llamarse sólo con su nombre. Con humildad, comenta: “Eso que lo diga el público, no yo”. La ganadora del Ariel en 1952 por “Mujeres sin mañana”, recuerda a Pedro Infante, “como un hombre lleno de carisma que, donde se paraba, robaba las miradas”.

Cuando Jesús Ibarra le pidió a Edward Albee su opinión sobre la Montejo, el dramaturgo la definió así: “Es una extraordinaria actriz, inteligente, poderosa y sensible”. 

 

 

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