Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 22/11/2022 | 11:07
Se cumplieron 54 años de lo que ha sido el mayor suicidio colectivo de la historia de la humanidad. Así es, el 18 de noviembre de 1978 perdieron la vida en Guyana un total de 918 personas incluyendo 200 niños. Ese fatídico día, un falso mesías con sobresaliente capacidad persuasiva y una clara verborrea genética, Jim Jones, exhortó a su pléyade de seguidores a quitarse algo sagrado, la vida.
Todo comenzó en los años 50 cuando un articulado Jones fundó en Indianápolis una secta llamada el Templo del Pueblo. La promesa del encantador de serpientes era construir una sociedad idílica donde se viviera el “ideal socialista”. En el imaginario del idolatrado líder se hablaba de igualdad económica y racial, de justicia y del anhelo de un mundo mejor. Con el devenir de los años la fascinación de los fanáticos se convirtió en lealtad, misma que se transformó en fanatismo para terminar en idolatría, en un cabal lavado de cerebro.
Naturalmente, no todo lo que hacía Jones era correcto, lícito ni natural y poco a poco fueron surgiendo entre los norteamericanos detractores y críticos. Al ver su secretismo amenazado, el falso profesa mudó a su sequito de seguidores a California y de ahí a un diminuto país angloparlante dibujado como “paraíso socialista” al que llamó Jonestown. La jungla sudamericana fue por varios años el lugar perfecto para crecer el culto a su “iluminada” persona, manipular a los palurdas y ciegas víctimas e ir creando reglas para perpetuarse en el poder.
Tocante a ello, es de todos bien sabido que el poder envilece y enloquece. Poco a poco un desconfiado Jim Jones comenzó a ver enemigos por doquier, se volvió celoso y sus decisiones eran claramente cada vez más erráticas. Para él, toda persona que lo contradijera se convertía en su enemigo y, por ende, enemigo público. Gradualmente se fue obsesionando con controlar todos los aspectos de la vida de “su pueblo” e incluso a hablar de “soluciones” radicales para acabar con la “agonía” que le provocaban los “traidores capitalistas”. En su insania, esos detractores que lo atormentaban con extirparle su plenipotenciario poder lo “acorralaron” obligándolo a diseñar una ruta de escape en la que “simulaba” suicidios colectivos con cianuro. Así fue como la cordura de Jones colapsó y se esfumó.
El esquizofrénico Jones repitió una y otra vez que la amenaza a su “revolución” era real hasta que ese día 18 cuando lanzó su premonitoria frase de muerte: “Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados … acabemos con esta agonía”. El desenlace fue que las desquiciadas madres asesinaron a sus propios hijos obligándolos a beber cianuro para posteriormente hacerlo ellas mismas. En cuanto a Jones, después de presenciar el apocalíptico final de “su pueblo”, cobardemente se quitó la vida con una escopeta.
La tragedia de Jonestown es un claro ejemplo de cómo un falso líder puede manipular y engañar a las masas al extremo de llevarlas a un suicidio colectivo. Pero no ha sido la única, en el año 2017 cerca de 500 personas pertenecientes a una secta apocalíptica se inmolaron en Uganda. Otras sectas como “La Orden del Templo del Sol”, los “Davidianos” de Waco y la “Puerta del Cielo” han recurrido a euforias masivas mal encausadas para perpetuar asesinatos en masa.
El punto es que es muy fácil manipular a las masas y convencerlas de aviesas estulticias hasta acabar, no solo con sus vidas materiales, sino también con su vida espiritual. Ejemplos de ello los vemos en países como Venezuela y Cuba donde los falsos profetas les han privado de todo lo económico y hasta de su libertad de pensamiento y religión. Caray, qué débil es la naturaleza humana que puedan convencerla hasta de hacerse daño.
Como colofón pongo a consideración de mis lectores otro ejemplo de manipulación que selló el futuro de la humanidad. Hace 2022 años, una masa enardecida clamó “crucifíquenlo, crucifíquelo” cuando solo unos días antes ellos mismos clamaban “bendito el que viene en el nombre del Señor”.