Martes 30 de Abril de 2024 | San Luis Potosí, S.L.P.

Orines con olor a droga

Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 14/09/2022 | 08:56

La semana pasada experimenté una especie de dilema moral durante un viajé de trabajo a San Diego. Resulta que, caminando por las calles del centro de la ciudad, no pude evitar sentir molestia y repugnancia por el inevitable hedor a orines en la calle. Si bien es cierto que la micción de los perros contribuye, la fetidez provocada por expulsión de líquidos es mayormente causada por las 8,427 personas que viven en la calle. Y, ¿por qué el citado dilema? Pues porque son personas nacidas con la misma dignidad, pero por desgracia, su multifactorial condición obedece muchas veces a una lotería genética y socioeconómica. Dicho de otra forma, muchos de ellos no han tenido las más mínimas oportunidades y su entorno ha sido adverso desde su cuna. Quizás a más de uno de mis gentiles lectores les asalte la pregunta de si es justificable sentir asco o si se puede hacer más por dichos menesterosos y olorosos olvidados.

 

Como una voz que interpela a verlos de otra forma está el ejemplo de San Pedro Claver quien cariñosamente cuidó de los esclavos negros que llegaban a Cartagena. A principios del siglo XVI, dicha ciudad costera colombiana se había convertido en el principal centro de comercio de esclavos del Nuevo Mundo. Aunque la mitad de los “siervos” negros morían en el trayecto, se estima que cerca de 1,000 de ellos sobrevivían y famélicos desembarcaban en ese puerto cada mes. Se calcula que el santo español, con mucho amor y caridad cuidó, curó y defendió a esos seres indefensos considerados por algunos como “criaturas que apenas tenían alma”. Ese soldado de Cristo fue considerado por los esclavos negros como un padre y llegó a bautizar y convertir al catolicismo a más de 300,000 de ellos a lo largo de 40 años. Millones de descendientes de esos hediondos, despreciables e indefensos esclavos viven en América gracias a ese prohombre. Al igual que Don Pedro, muchos santos como San Francisco de Asís, Santa Clara y Santa Teresa de Calcuta, han heroicamente tratado a malolientes leprosos, sidosos y drogadictos con amor y dignidad.

 

Regresando al tema de los miles de vagabundos en California, más allá de la necesidad de verlos y tratarlos de forma más humana, habría que entender, al menos parcialmente, cómo es que llegaron a esa condición. En principio, las principales causas de su situación de mendigos son los altos costos de la vivienda, desempleo, salarios bajos y adicciones. De hecho, de un total de 553,000 vagabundos deambulando por la Unión Americana, se estima que 162,000 viven en California y 92,000 en Nueva York. Ambas entidades son coincidentemente, las que tienen precios de vivienda más elevados. Tal vez una diferencia que juega a favor de la ciudad de la Gran Manzana es la copiosa lluvia que coadyuva a lavar las calles y eliminar los malos olores. 

 

Con respecto a las adicciones, se estima que entre 30% y 40% de los “homeless” son alcohólicos y cerca de un 15% abusan de estupefacientes. Solo hablando del abuso de drogas, muchos de los adictos en situación de calle tienen ya un daño cerebral y emocional irreversible. Es realmente increíble como la nación más poderosa del planeta realmente no se ha decidido a atacar la causa raíz, el singularmente alto consumo. 

 

Así es, el Centro para las Adicciones de EUA declara que un 34.5% de los jóvenes entre 18 y 25 años consumen lo que es considerada la puerta de entrada (gateway-drug) a las demás, la marihuana. El tema es que el consumo de los cannabis en edades tempranas presuntamente reduce la reacción a recompensas o dopamina, de ahí que se dispara la necesidad, para algunas personas, de drogas más poderosas como los opioides. De hecho, los adictos a la marihuana son tres veces más propensos a ser adictos a la heroína.

 

Considerando lo anterior, es evidente que, si la hermosa ciudad de San Diego pretende resolver su, ahora característico mal olor, tendrá que hacer algo por los pobres menesterosos errantes. Pensando en los aludidos, todo indica que valdría igualmente la pena cambiar la estrategia para reducir el abuso de estupefacientes comenzando con la aparentemente inocua marihuana. Dios quiera.

 

Al escribir estas líneas pienso en los millones de “progresistas” que, toda vez que no se vean directamente afectados, siguen cabildeando por su “derecho” de introducirse todo tipo de drogas. Caray, aunado a la fetidez de las micciones con olor a mota de los citados vagabundos, solo en nuestro vecino país del norte, más de 100,000 personas mueren por abuso de narcóticos. Creo que una vez más aplica el apotegma que advierte que el mal de otros, inexorablemente se convierte en mal propio.