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La verdadera mentira

Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 31/08/2022 | 00:01

Esta semana el presidente brasileño Bolsonaro acusó a su contraparte chilena de haber participado de alguna forma en los incendios del metro de Santiago en 2019. Ante ese señalamiento, el joven izquierdista Gabriel Boric se defendió argumentando que era una vil mentira. Como ambas versiones presidenciales son opuestas, está claro que uno de los dos miente.

 

Con datos del profesor Ullrich Ecker del Consejo Australiano de Investigación, mentir, engañar o decir verdades a medias es algo que hacemos a diario. Así es, se estima que todas las personas, o casi todas, decimos falsedades al menos dos veces al día. Claro está, algunas mentiras son inocuas, “piadosas” o convenientes, como cuando una persona no quiere lastimar a otra con su brutal honestidad o desea halagar con un cumplido desmedido. Lo cierto es que una mentira es lo que es y en ocasiones llegan a ser siniestras, aviesas, costosas y hasta mortales. Si bien el delito es transversal, por alguna razón mentir es casi consustancial con quienes ostentan algún puesto de poder o liderazgo, preponderantemente los políticos.

 

Según una investigación del Washington Post, todos los presidentes norteamericanos, sí todos, desde Washington hasta Trump, han dicho mentiras. Claro está, se dice vulgarmente que “hasta en los perros hay razas” indicando que también los mentirosos se distinguen por la cantidad, frecuencia y magnitud de sus patrañas o engaños. Según la base de información del mismo tabloide, la minería de datos arrojó que el poco honroso primer lugar lo lleva el expresidente Trump con 30,000 falsedades durante su administración, cerca de 20 mentiras por día.

 

Y en el surrealista país Azteca, el escritor Luis Estrada asegura en su libro intitulado “El Imperio de los Otros Datos” que el infame presidente mexicano AMLO, durante sus aburridas y poco productivas peroratas, las “mañaneras” y en lo que va de su administración, ha dicho 67,000 mentiras y ha dado 86,000 respuestas falsas, disuasivas o sin argumentos que las sustenten. Esto es cerca de 78 mentiras diariamente. Caray, es más del doble de lo que espetó el expresidente Trump en cuatro años, no en tres. 

 

No es casualidad que los políticos, ocupen el último lugar en los niveles de confianza y en el caso de México, según la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (2021), el 76.4% de los pobladores de 15 años o mayores dijo confiar poco o nada en ellos. Sin embargo, extrañamente parece no interesarles lo que piense la gente o el hecho de mentir esté mal.

 

Por supuesto que los políticos conocen que el ser humano es tan impredecible que en ocasiones se deja influenciar por alguna mentira aún después de saber la verdad.  En el caso del mandatario estadounidense, después de cotejar lo que decía y comprobar, no su yerro sino su vehemente falsedad, los votantes continuaron apoyándolo. Igualmente, al sur del río Bravo, a pesar de tantos engaños develados, el nivel de aprobación presidencial se mantiene, según la casa encuestadora Oraculus, inexplicablemente alto con un 62%. Esto nos lleva a más o menos entender el comportamiento de los fanáticos y seguidores de algún falso líder.

 

Resulta que hay un común denominador entre los mandatarios mentirosos que a pesar de ello gozan de un amplio apoyo del electorado, en todos los casos crean un enemigo común, real o ficticio. Parece ser que detrás y por encima de su presunta inocencia, infalibilidad, inefable pureza, victimización u “otros datos”, el mensaje subyacente es el mismo, se presentan como un caudillo libertador que agrupa y defiende al pueblo contra su adversario. Una vez que un resentido “Juan Pueblo” se identifica con el falso mesías, ni una catástrofe económica, ni los insultantes desfalcos, ni la rampante corrupción, ni siquiera las flagrantes mentiras, son suficientes para que deje de defender a capa y espada a su “salvador”.

 

Dicha engañosa estratagema la hemos visto una y otra vez. Para Bush Jr. fueron los talibanes, para Trump, la aporofobia asociada con los migrantes y para AMLO, los empresarios, conservadores y neoliberales. Así es, esa profunda la asociación emocional y psicológica, exacerbada por la ignorancia funcional, ciega y ensordece a las hipnotizadas masas.

 

Pues bien, es un hecho que en la política una mentira repetida en copiosas ocasiones se convierte en verdad y que se puede llegar muy lejos con ella, pero cuidado porque el problema es que con ella no podrán volver.  A los embusteros habrá que decirles que el verdugo del tiempo y el poder de la verdad, inexorablemente los desterrarán para nunca regresar. Al tiempo.