Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 29/08/2022 | 07:20
San Juan Pablo II sostuvo una y otra vez que en la familia se fragua el futuro de la humanidad. A pesar de ello, los jóvenes han optado por alternativas legales al matrimonio, “parejas registradas”, privilegiando el hedonismo y predicando el “carpe diem”. Como resultado, la tasa de matrimonios no ha hecho más que descender mientras que los divorcios aumentan. Así es, tras varias décadas de descenso, la tasa de matrimonios ha tocado fondo en prácticamente todas las partes del mundo. Es un hecho, caminar hacia el altar o firmar un documento legal vinculante parece ser un acontecimiento cada vez más raro.
Las cifras de la OCDE son apabullantes, en 1964 hubo 3,315,614 matrimonios en la Unión Europea (UE) y para el 2017 esa cifra había disminuido a 1,950,935. Durante la misma ventana de tiempo, el número de divorcios se triplicó alcanzando casi la mitad de los matrimonios, 940,447. Dicho de otra forma, con una disminución del 50% desde 1964, en la UE la tasa cruda de matrimonios es ahora de 3.2 por cada 1,000 habitantes, mientras que la tasa de divorcios es de 1.6. Simple y llanamente, sin familias que virtuosamente fragüen el futuro de la humanidad, nos estaremos dando un tiro en el pie.
Curiosamente, uno de los países que vemos como quien lleva la bandera de antivalores, EUA, tiene 6.9 matrimonios por cada 1,000 habitantes. A pesar de ello, el 25% de los adultos estadounidenses viven en unión libre con su pareja sentimental o su “otro significativo” y jamás formalizan su relación. Paradójicamente, México, la tierra de Guadalupe y de los Cristeros, está más cerca del promedio europeo con solo 4.3. Sin duda, los tartufos pregoneros de la abyecta ideología de genero que ataca a la familia, no entiende o no quieren entender que inexorablemente irá erosionando el tejido social. Caray, cuánta razón tenía Santo Tomás de Aquino al sostener que: “El idiota considera falso todo lo que es incapaz de entender”.
Igualmente, con todas sus consecuencias, el porcentaje de niños europeos que nacen fuera del matrimonio ha incrementado de 25.4% en 2000 a 42.4% en 2018, siendo incluso mayor a los nacidos en matrimonio en países como Islandia y la Francia católica con 70.5% y 60.4% respectivamente. Se pudiera alegar que la causa raíz es la precariedad con salarios poco remunerados y un alto costo de la vida mismos que sirven como exculpación al 40% de los jóvenes españoles viviendo con sus padres cuando en 1990 era 25%. Sin embargo, hilando fino, se pudiera deber más bien al miedo al compromiso, a la baja tolerancia al fracaso, al temor a tener familias disfuncionales y a la ideología de género que se esmera en desgastar a los dos pilares fundamentales de toda sociedad: familia y fe. Solo por dar un ejemplo, nuevamente en España, en 1991 el 71% de la población decía que Dios jugaba un papel importante en sus vidas y para el 2019 esa cifra había disminuido a 45%.
Situándonos en la realidad mexicana, es también fundamental hablar de la institución de la familia. Es una triste realidad, cada vez hay más gente, pero menos familias y, por ende, menos católicos y menos sacerdotes. En 2010 el 82.7% la población en México era católica y para el 2020 se redujo a 77.7%. Por otro lado, a cada sacerdote le toca la titánica tarea de atender a 7,000 personas o 1,740 familias. Agregando una raya más al tigre regiomontano, considerando que cada vez es más fácil y barato divorciarse, los matrimonios en NL han bajado de 46.3% en 2015 a 41% en 2020, mientras que las parejas que viven en unión libre crecieron en el mismo período de 10.4% a 14.8%.
Independientemente de las leyes y las corrientes ideológicas, quien tiene la última decisión es el individuo mismo. A pesar de que los jóvenes quieran vivir más el presente, en unión libre y sin ataduras, el matrimonio, la familia y la sociedad son consustanciales. Indubitablemente es un error y un espantoso veneno pensar que se puede hacer lo que a uno le plazca con absoluta negación de la vida eterna y sin pagar las consecuencias. Veamos, las tres condiciones para que exista un pecado mortal son: Que sea materia grave, tener pleno conocimiento de que eso que se hará o dejará de hacer es pecado y que la persona quiera hacer aquello que sabe que es malo (deliberado consentimiento).
Por ende, si una persona no sabe que el aborto es malo, pudiera o no ser un delito, habría efectos, pero no sería pecado. Otro ejemplo es cuando una persona honestamente creyera que fumar es bueno y que no hace daño, moralmente sería inocente al no saber que se está suicidando, pero sus pulmones no saben de argumentos y probablemente se enferme de cáncer. Pero cuidado, aunque la ignorancia involuntaria pueda disminuir la imputabilidad de una falta grave, eso no implica que la persona ignore los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de toda persona. Suponiendo, sin conceder, que la voz de su conciencia no lo alerte y por desconocimiento se niegue al hermoso privilegio del matrimonio, eso no implica que no deba vivir con las secuelas de su decisión.
Más aún, aunque un gobierno legalmente exculpe el aborto, facilite el divorcio y promueva el amasiato, eso no quiere decir que no haya repercusiones. Es como quien pinta un pizarrón blanco con marcadores no adecuados, puede borrar las líneas, pero dejaría la pizarra cada vez menos blanca y más manchada y peor aún cuando se tarde en limpiarla.
En defensa del matrimonio concluyo con el siguiente pensamiento: Caminar hacia el altar y vivir en matrimonio es difícil pero el divorcio también lo es, uno debe de escoger con qué dificultad se queda. El tener hijos es difícil y asimismo el aborto, habría que discernir entre ambos inconvenientes. Siempre habrá aspectos difíciles que enfrentar, pero al elegir las batallas, habrá que hacerlo sabiamente. No por nada advertía San Agustín de Hipona: “Los que no quieren ser vencidos por la verdad, serán vencidos por el error”.