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El gobierno de Gallardo y los laberintos de la oposición

Armando Limón | 22/08/2022 | 02:45

La buena aprobación ciudadana de la gestión de Ricardo Gallardo Cardona, documentada por diversas casas encuestadoras que lo colocan entre los diez mejores gobernadores del país, se constata por los resultados de lo que será su primer año de gestión el próximo septiembre.

 

Los últimos cinco gobernadores no lograron figurar en los primeros lugares de la escena nacional, siempre aparecieron a media tabla hacia abajo, carecieron de liderazgo y visión para construir un proyecto cercano a la gente, Gallardo llegó de la periferia hasta colocarse en el centro sin padrinazgos ni ataduras partidistas. 

 

Uno de sus logros principales a los que hay que ponerle más atención, además de la obra pública y los programas sociales, es la estabilidad de su administración, hay gobernabilidad, condiciones óptimas para la inversión y mantiene interlocución con todos los sectores de la sociedad y con las fuerzas políticas hay respeto y trabajo constructivo que se expresa con claridad en el Congreso del Estado.

 

En la geometría política tradicional se ubica del lado izquierdo al poner el acento en la política social, tiene afinidades con la llamada 4T conservando su propia identidad particular y a la vez levantó puentes sólidos hacia el sector privado que es tomado en cuenta en la toma de decisiones, superando así las reservas iniciales que fueron evidentes durante la campaña electoral.

 

En días recientes se ha intentado imponer con mala fe la idea de un avasallamiento en su ejercicio del poder por el éxodo de algunos alcaldes y alcaldesas que han renunciado a sus partidos para afiliarse al partido gobernante, la respuesta de Gallardo ha sido clara al precisar que gobierna para todos y marca su distancia con el PVEM que lo llevó al poder, a los adversarios les ha dado un trato justo y no gobierna con rencores o ánimo revanchista.

 

Si la oposición luce maltrecha y desarticulada no es su culpa, es resultado de sus propios procesos y agotamiento derivado de diversos factores internos y su lejanía con el electorado, al que no le correspondieron con gobiernos efectivos y solidarios. Las crisis que afrontan el PRI y el PAN, tanto a nivel local como nacional, se deben en parte a que cuando gobernaron solo beneficiaron a las minorías dirigentes y reprodujeron las prácticas y vicios que prolongaron la desigualdad, la pobreza y el rezago.

 

Suponer que desde el Palacio de Gobierno se coacciona a las cabezas de los ayuntamientos para que se afilien al PVEM y que de no hacerlo no recibirán recursos y obras, es seguir pensando como si continuáramos viviendo en el viejo régimen, cuando es obvio que el arribo de Gallardo al poder significó, entre otras cosas, el fin de ese modelo autoritario, de manera lamentable hay quienes por lo visto lo añoran y no se dan cuenta, o simulan con diatribas, que vivimos tiempos de cambio en los que las libertades de pensamiento y de acción se han vigorizado.

 

La legitimidad de Gallardo obtenida en las urnas se amplió con su estilo de gobernar de apertura, diálogo y consensos, hay un clima social positivo y un espíritu de trabajo transformador que se hace presente con giras en todos los municipios sin importar los colores partidistas impulsando obras, acciones y programas. 

 

En contraparte, hay ayuntamientos que no presentan proyectos de obra y mantienen cuerpos policiacos en la pasividad y fuera de la norma, aun así se les brinda apoyo y se les exhorta a deponer esa actitud negativa sin recurrir a presiones o sanciones extralegales. 

 

El partido Movimiento Ciudadano, que es considerado como la “tercera vía” y que logró mantener su registro durante años uncido de manera parasitaria en la popularidad del ahora presidente AMLO; y a la que se han incorporado militantes del PRI y PAN con perfiles poco edificantes y cuyas ambiciones se vieron frustradas al no recibir ascensos ni candidaturas, no tiene una ideología clara, una vida interna democrática ni una aportación plausible a favor del desarrollo del estado.

 

Eugenio Govea, un político tradicional que ha amasado una fortuna y sin simpatías entre la ciudadanía, se ha eternizado en la dirigencia usufructuando una franquicia y es quien impulsa esa estrategia fallida de basar sus expectativas de crecimiento con la denostación contra Gallardo y considerar a las y los ediles que se han sumado al partido gobernante como menores edad sin carácter ni voluntad propia y presas fáciles del temor. 

 

Está claro que Govea se quedó anclado en el viejo régimen y tiene una venda en los ojos, dando tumbos y extraviado en sus propios laberintos del rencor y la miseria política.