Dr. Eugenio José Reyes Guzmán | 16/08/2022 | 12:38
Recuerdo haber leído una anécdota escrita por Salvador Alba en su libro “Tu vida, tu mejor negocio” donde un ejecutivo de primer nivel sentidamente se lamentaba por un jugoso bono de MXN$1 millón. Curiosamente su reclamo era, no por el premio que la empresa generosamente le otorgó, sino porque, a su criterio, su compañero no debió haber recibido uno mayor que el suyo. La pregunta que salta a la vista es si el interfecto, en vez de entristecerse por el beneficio ajeno, debiera más bien ser agradecido por su trabajo y el bono. Lamentablemente, este es el pan de todos los días que se repite por doquier.
Pudiera considerarse como un comportamiento humano entendible, pero jamás justificable dada la dignidad de la persona. Es común conocer de hijos resentidos por sus padres por algún regaño en lugar de agradecerles la vida y el cariño que recibieron, y siguen recibiendo, durante su vida. Frecuentemente escuchamos de alumnos molestos con algún maestro por exigirles compromiso y dedicación, colaboradores descontentos con su situación laboral y ciudadanos que solo ven lo negativo en su patria. Es increíblemente fácil obviar lo bueno y sobredimensionar lo que se percibe como injusto. Por algún motivo, ante el primer obstáculo, frustración o resultado inesperado o no deseado, el ingrato ser humano desvanece lo positivo y minimiza y olvida el favor.
Más aún, ante la percepción de injusticia salarial en las empresas, de cariño en los hogares o de aprecio entre los amigos, quizás tenga sentido recordar a Mateo 20: 1-6: “No te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?” Es naturaleza humana desear o envidiar lo ajeno, en vez de agradecer lo propio. Como un claro ejemplo de ello vemos la dolorosa ingratitud del gobierno, y en cierta medida del pueblo nicaragüense, con la Iglesia.
La semana pasada el mundo observó estupefacto cómo el ruin dictador nicaragüense declaró a su secuestrado país como “una nación sin Dios”. Perdón, pero que sandez tan grande espetó un ser tan pequeño y ruin. Ese enano socialista comenzó expulsando cual criminales a las Misioneras de la Caridad, orden fundada por la Santa Teresa de Calcuta, que no hacían más que cuidar de los menesterosos, enfermos, moribundos y olvidados. Por increíble que parezca, en obediencia ciega, el Ministerio del Interior promulgó: “Las monjas no han cumplido con ciertas obligaciones legales, están infringiendo la normativa contra el blanqueo de capitales, la financiación del terrorismo y la financiación de la proliferación de armas de destrucción masiva”. Habrase visto, ¿en qué cabeza cabe siquiera pensar en las pobres misioneras lavando dinero o participando en movimientos armados?
Como era de esperarse, el estulto, inseguro, avieso, incompetente y malévolo presidente, sí, estoy muy indignado, posteriormente decretó el cierre de las emisoras católicas e inspiró un alud de persecuciones hacia los feligreses, sacerdotes y obispos. A consecuencia de ello, grupos enardecidos entraron a las iglesias, rompieron imágenes sacras, profanaron la Eucaristía, insultaron y golpearon a los sacerdotes y hasta la policía entró a los templos y parroquias para sacar a patadas a los fieles.
José Daniel Ortega quien por cierto hace años violó a su hijastra, hija de su pareja guerrillera Rosario Murillo, qué ironía “José” y “Rosario”, ahora pretende borrar de Nicaragua a los representantes de la Iglesia Católica. ¿Qué no se da cuenta del bien que hace la Iglesia y de cómo es factor de estabilidad social? Si ese pendenciero dictadorcillo está resentido por las sanciones del presidente Biden, por las justificadas críticas de la prensa internacional o por la frustración ante su incompetencia, no puede ni debe dañar al pueblo nicaragüense destruyendo sus valores más preciados, su Iglesia y su fe.
Haciendo un paralelismo, cuando el gobierno mexicano en tiempos del perverso Plutarco Elías Calles hizo lo mismo, el pueblo de México se defendió como pudo suscitando la Guerra de Los Cristeros. Debiendo ser agradecido y no resentido con la iglesia, veremos si no se le voltea el chirrión al cobarde de Ortega cuando el pueblo valientemente le diga “basta”.