Después del estallido revolucionario del 1910 y el establecimiento del Gobierno democrático de Francisco I Madero, México entró ante una realidad muy compleja consistente en la existencia de dos ejércitos que reclamaban derechos, por un lado, el ejército Federal heredado el gobierno porfirista y por otro el Ejecito revolucionario que llevó a Madero a la presidencia.
Está situación pudiera parecer cosa menor, pero si consideramos los hechos que sucedieron posteriormente a lo largo de la segunda década del siglo pasado, nos encontramos que ambos ejercito reclaman el derecho a la sucesión presidencial, trayendo con eso un alargamiento del movimiento revolucionario.
Fue hasta los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que comenzó el proceso definido por Luis Medina de la Peña, como la domesticación del guerrero, es decir forzar a la institucionalidad como mecanismo de acceso al poder y no por medio de los levantamientos armados.
La domesticación del guerrero, no fue un proceso sencillo, sino que por contrario presentó un gran reto, que pudo encontrar diferentes causes, tales como las entregas de posiciones de poder e incluso en algunos casos a través de la corrupción como el medio para que: “la revolución hiciera justicia”.
El proceso llegaría a su punto determinante con la fundación del PNR de Plutarco Elías Calles, en el que su jefe máximo expresaba: “México debe pasar, de una vez por todas, de la condición histórica del país de un solo hombre a la nación de instituciones y leyes.”
El PNR cumplió su función, sujetó a lo militares y los encaminó a las contiendas electorales, los siguientes presidentes si bien formaban parte de las fuerzas armadas, no asumieron el poder por la vía de la guerrilla, sino que crecieron en el escalafón del sistema político México.
En 1940 el entonces Presidente Ávila Camacho desapareció al sector militar del entonces PRM y permitió que llegará a la presidencia de la República un civil, el cachorro de la revolución: Miguel Alemán Valdés.
Este proceso tortuoso de domesticación del guerrero permitió que en México durante el siglo pasado no padeciéramos los males que vivía muchos de los países de América Latina, es decir dictaduras militares que derrocaban gobiernos democráticamente electos.
Ese tema de militarización por años ni si quiera ocupaba un espacio en la agenda pública, todo parecía dentro del control y de la institucionalidad, no se vislumbraban riesgos y el país avanzó de la transición democrática a finales del siglo pasado, a la alternancia con la llegada del nuevo siglo.
Sin embargo, en los últimos sexenios diversas voces se han alzado para advertir riesgos importantes por la constante presencia de los militares haciendo actividades que en teoría debieran pertenecer a las autoridades civiles, pero la corrupción y la incapacidad de hacer frente a sus funciones, obligaron a las fuerzas armadas a entrar en un esquema de claroscuros que solo han propiciado su debilitamiento institucional.
Los sexenios de Calderón y Peña apostaron por la militarización, uno llegó al grado de proponer una Ley de Seguridad Interior que terminó siendo declarada inconstitucional por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Andrés Manuel López Obrador durante su campaña presidencial planteó el regresar a los militares a los cuarteles, sin embargo, la realidad lo alcanzó y vio la inviabilidad de tal propuesta, por lo que pronto determinó que lo mejor es que siguieran haciendo funciones de seguridad.
Sin embargo, conforme avanza el Gobierno, se traspasan mayores actividades a la milicia, la presencia militar en el Gobierno es muy notaria, hoy construyen desde un aeropuerto y sucursales bancarias, hasta llevan vacunas a todos los rincones del país.
El guerrero cada vez se hace más presente y el decreto que se pretende para que la Guardia Nacional dependa del Ejercito, no solo viola la constitución, sino que nos pone en alerta a todos, para evitar que el guerrero se desborde frente a la institucionalidad que hasta hoy ha cuidado con honor.