Opinión
En México y en el mundo se vive una importante crisis democrática que ha hecho que las sociedades giren hacía candidatos denominados “antisistema”, el hartazgo de lo tradicional hace buscar nuevas formas de hacer política.
Algunos de estos casos de giro de timón no han sido nada benéficos para las democracias, algunos de ellos incluso han cimentados bases completamente contrarias a los principios que los llevaron al poder, pero el hartazgo es tal que no importa, con tal de mejorar la situación en la que viven.
En nuestro país el 2018 se explica en gran parte por el hartazgo social dirigido a la clase política que la sociedad consideraba corrupta, incompetente y demás adjetivos calificativos; y se volteó a ver a un hombre que tenía un discurso similar al sentir popular.
La derrota de los partidos tradicionales como el PRI, PAN y PRD fue estrepitosa, pocos podrían prever que el castigo social sería tan duro con esa clase dirigente, pero la loza que cargaban era demasiado pesada y la sociedad no estaba dispuesta a dar un voto de confianza.
El PRI cargaba el lastre que heredaba la corrupción de los peñistas, el poder desmedido de los gobernadores, los excesos de los funcionarios y porque no decirlo más de setenta años de historia como detentadores del poder.
El PAN no se encontraba demasiado lejos, algunos de sus gobernadores, eran excelentes referentes de corrupción, la aniquilación de su democracia interna, y los señalamientos que los asumían como responsables de la sangre que corría en el país por la lucha contra el crimen organizado.
El PRD tiene una particularidad muy especial, ya que, si bien sus gobiernos no eran precisamente un referente de honestidad, la realidad es que su fracaso en gran medida se explica por la incapacidad de detener la hemorragia que le provocaba el abandono de López Obrador.
Muchas razones podremos encontrar para que la sociedad se hartara de los gobernantes de aquel momento, mediocridad en el desempeño económico, inseguridad, corrupción, completa ruptura entre la realidad social y las acciones de la clase dirigente y los altos índices de pobreza.
Cuatro años después del desprecio social del que fueron objeto, es claro que no son capaces de soltar ese lastre, ni aprender de sus errores, Alejandro Moreno en el PRI no abona y por el contrario resta, la hegemonía de una camarilla dirigiendo el PAN solo aleja a quienes aspiran a un partido más competitivo.
Ello explica en gran medida la mediocridad en los resultados electorales, la búsqueda de retención de espacios personales sacrificando la competitividad en la arena política, solo así se entiende la necedad de hacer todo igual desde aquella elección hasta hoy.
Sin embargo, no son los únicos que cargan lastres, el morenismo empieza a sumar a su loza importantes cargas, el gobierno de Cuitláhuac en Veracruz, el Fiscal Hertz Manero, la propia Layda en Campeche y los escándalos de corrupción y conflictos de interés que se han señalados en diferentes espacios; e incluso sus propios procesos internos.
Quizás es momento de que MORENA gire a ver como están sus adversarios, para evitar verse en poco tiempo en la misma posición, sobre todo que, a diferencia de ellos, una gran parte de la población volcó sus esperanzas de cambio en ellos.
Cada partido debe limpiarse de sus propios lastres, no solo para mejorar su rendimiento electoral, sino para evitar que el próximo giro de timón nos pueda colocar en un retorno democrático del que no tengamos escapatoria y que la nueva loza, la tengamos que cargar todos los ciudadanos.