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No discutas con burros

Eugenio José Reyes Guzmán | 13/07/2022 | 01:48

Cuenta la fábula que el rey león castigó al majestuoso tigre por haber discutido sobre el color del pasto con un testarudo asno. El molesto rey de la selva increpó al felino menor diciéndole que, a pesar de tener razón en cuanto al color verde del pasto, la reprimenda era por la incongruencia de que una espléndida criatura como él perdiera el tiempo discutiendo con un burro. Parece que, en el mundo de la posverdad, hay muchos tozudos borricos cabalmente convencidos de falsedades y estulticias, pero también hay muchos tigres que se humillan al argüir con ellos.

 

Sin duda, hay personas que, cegadas por el ego, el odio o el resentimiento, no escuchan, no aprenden y no desean saber la verdad sino solo “tener la razón”. Al respecto cuenta la doctora argentina Guadalupe Nogués que cuando se priorizan las emociones y las creencias se convierten en dogmas, ni la educación es suficiente, ni la evidencia alcanza. Para algunas personas engañadas por ideologías, las ideas surrealistas las transforman en su propia identidad y cualquier argumento contrario, por válido y verás que sea, se interpreta como un ataque directo hacia su mismo ser. De ahí la inconmensurable dificultad de dialogar, buscar soluciones y avanzar hacia la verdad. Es cierto, no se puede ni debe discutir con jumentos.

 

Una anécdota relacionada con la testarudez ideológica tiene que ver con la recomendación que le hicieron a Stalin sobre la necesidad de hablar con el Papa. Ante ello, el engreído tirano ruso respondió: “¿Y cuántas divisiones tiene el Papa?”. Y bueno, han pasado décadas desde 1950, el comunismo fracasó y Stalin es apenas recordado como un infame villano, pero el Papa y la Iglesia siguen influyendo en la geopolítica y redibujando la geografía mundial. Yo me pregunto, ¿qué habría pensado ese dictador soviético al conocer desde su tumba que fue un Papa, ahora santo, el artífice de la caída del Muro de Berlín? 

 

Lo anterior viene a cuenta por la indignante respuesta que dio el presidente de México por los crueles asesinatos de los sacerdotes jesuitas. Da la impresión de que, con la misma necedad de Stalin, el mandamás mexicano no está dimensionando la gravedad del delito, ni el alcance de sus infamias, ni la dimensión de la Iglesia como un contrapeso, pero con calidad moral. Ante el justificado reclamo de la jerarquía de la Iglesia mexicana, misma que cuenta con 110 millones de fieles, practicantes o no, atendidos por cerca de 7,000 parroquias o capillas, más le valiera al presidente humildemente escuchar. 

 

Pues no, en vez de pedir disculpas, se fue encima de los sacerdotes inconformes llamándolos hipócritas y apergollados de la oligarquía y advirtiéndoles: “Cuidado con la politiquería”. Peor aún, recalcó que dichos asesinatos hacen que reafirme su estrategia de seguridad de “abrazos y no balazos”, y que está decidido a mantenerla. Por Dios, ¿en qué cabeza cabe? Claro, días después rectificó y le aseguró al Papa Francisco, también jesuita, que habría una investigación a fondo.

 

Para AMLO no importa si la Compañía de Jesús le advierte que “los abrazos ya no alcanzan para cubrir los balazos” o si el Santo Padre sentencia “¡cuántos asesinatos en México!”. Al igual que el burro de la fábula, quizás para él el pasto siga siendo azul, violeta o de cualquier otro color y le sea muy difícil cambiar de opinión. Sin embargo, todo tiene un límite y hay momentos donde, capitalizando la reprimenda del tigre del cuento, la discusión es fútil y la prudencia deja de ser virtud. 

 

El primer botón de prueba fue la Jornada de Oración por la Paz en México orquestada por la jerarquía de la Iglesia para el día 10 de julio. En la carta del presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, Rogelio Cabrera López, manifiesta que: “La sangre derramada (por los sacerdotes) es la sangre de Jesús que cae a la tierra para hacerla fértil y emprender un camino de la paz”.

 

Si el gobierno mexicano y quien ocupa la silla presidencial no rectifican, seguramente habrá más jornadas de oración y se ampliará la brecha entre el avieso socialismo de MORENA y la determinación de la Iglesia. Basta que, quienes hoy ostentan el poder político, recuerden cuando el pueblo de México supo defender su fe durante la Cristiada.

 

Concluyo copiando las últimas palabras de la carta de Monseñor Cabrera: “Nos encomendamos a la Virgen de Guadalupe, quién siempre ha acompañado al pueblo de Dios en los momentos más difíciles de su historia. Ahí está la madre que nos regala un abrazo de paz y nos envía a ser peregrinos de la esperanza y unidad”.