José Luis Solís Barragán | 29/06/2022 | 00:43
En el libro de la Divina Comedia, el poeta Dante comienza su camino al infierno con la frase:
“A mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado.”
Está frase, parece un buen punto de partida para tratar de encontrar una explicación lógica al desastre político, ideológico y social que el Partido Revolucionario Institucional carga en su espalda.
Es difícil entender al Estado moderno mexicano sin la existencia del PRI, su simple hegemonía permite vislumbrar la forma en como la revolución mexicana fue institucionalizándose y paulatinamente como el Partido de Estado permitía la transición de los cacicazgos a una lucha civilizada por la búsqueda del poder.
El PRI sobrevivió tantos años al amparo del poder, el presidente se convirtió en el jefe de las instituciones no solo de Gobierno, sino que incluso era el líder natural del Partido, lo que sin duda se traducía en que los triunfos electorales, eran tan esenciales como los mismos logros gubernamentales.
La derrota en la carrera presidencial del 2000, fue sin duda un duro golpe para el tricolor, el liderazgo natural del presidente se esfumaba, el discurso nacional revolucionario fue sepultado tiempo antes, para girar a conceptos como: liberalismo social y la tan famosa modernidad; con todo ello, la esencia del PRI quedaba erosionada.
Del nacionalismo revolucionarios sólo quedó el nombre, del liderazgo presidencial, solo sobrevivía el recuerdo, porque para ese momento los gobernadores tomaron el destino del PRI en sus manos y prefirieron anteponer sus intereses políticos-económicos en primer plano, al final el PRI, sólo había sido el conducto para llegar al gobierno.
Los excesos de los gobernadores eran evidentes, una nueva oportunidad permitió que el PRI recuperará la presidencia de la República, y si bien, no podemos calificar de desastrosa la gestión gubernamental, la loza que era la corrupción de los principales exponentes del priismo, terminó por pasar factura.
La elección del 2018, desorientó a toda la oposición, pero sin duda ha sido un golpe letal para el partido tricolor, las derrotas se han ido acumulado y poco a poco desaparece del mapa electoral.
El PRI se encuentra perdido, quizás ya no a la mitad de su vida, quizás estamos viviendo la extinción del dinosaurio que lucha no por salvarse o por recuperar sus principios, sino más bien que lucha por mantener, aunque sea un pequeño espacio de poder.
Hace tiempo en este espacio señalamos que el PRI necesitaba un proceso de refundación, pero ello, no es solamente señalar: “que sepultamos al neoliberalismo”, sino que destierre sus prácticas de compadrazgos, de amiguismos, su impunidad y faltos de denunciar la corrupción de la que han sido víctimas y victimarios a la vez; entre muchas otras cosas que hacen que la sociedad no confíe en los priistas.
El PRI se encuentra perdido y sus actuales dirigencias nacionales y estatales, no están dispuestas a irse, porque es más cómodo seguir en una nómina, aunque ello implique sepultar las pocas esperanzas que se tienen de sobrevivir.
El PRI entró a una selva en que la que los vasos comunicantes que unen a MORENA del viejo partido de Estado, hacen mella y lo acorralan con el intento de robar hasta el último aliento de un partido que ya no sabe ni que ideología tiene, ni que exigencias les hace la militancia a la que tanto ignoraron.
Hoy el PRI se encuentra más perdido que nunca y entre más tarden en encontrar el rumbo, más cercanos estarán de su propia extinción.